Un aterrador cuento de Halloween escritor por nuestro primer colaborador en El Castillo del Terror, Satanovki.
–¿Y qué le sucedió a tu pecho? ¡Oh, cielos, mira el árbol! –
aterrada sonó la voz de Pipo al decir esto, y más aterrada aún,
Carolina volteó a ver el así llamado “Árbol del Ahorcado”.
–Y que no lleva ese nombre sin motivo –murmuró entre dientes.
Con una interesante narrativa, Satanovki empieza su colaboración en nuestro castillo con este cuento de Halloween dedicado a todos los seguidores de esta oscura morada.
Deseo desde mi maligno corazón que les provoque memorables pesadillas y sí tú, espectro que visitas El Castillo del Terror tienes algún Cuento de Terror que quieras ver publicado aquí, no dudes en contactarnos para revisar y publicar tu historia, siempre con tu nombre o nick como autor, desde luego.
Para ustedes:
Aventura en la Noche de Halloween
Satanovki Dimitrov
«mso-bookmark: OLE_LINK5;»>«mso-bookmark: OLE_LINK6;»> El reflejo de la luna alumbraba las cadenetas con murciélagos y calaveras que se extendían de manera lúgubre sobre los postes en las aceras y en los techos de las casas, dándoles el aspecto de encontrarse abrazadas por la muerte; calabazas iluminadas en su interior por velas yacían en la cima de los postes mientras una diversidad de carromatos, momias, arañas, demonios y esqueletos de cartón se tendían en las esquinas y aceras, como beligerante guardia repugnante, rayando en lo desatinado. El aire de misterio, frío e inquieto gozo inundaba el pueblo “Valle de Oro”, siendo irónico esto a su vez, ya que dada su decoración, parecía imposible que cupiese o, hubiese espacio alguno para la felicidad y sentimientos análogos.
Demonios en los hogares, duendes deambulando de aquí allá con ollas en las manos; vampiros con largas capas, muertos y esqueletos aquí y allá. Brujas de distintas edades, ora de gran estatura, ora menudas y pequeñas, vagaban por las calles con escoba en mano; figuras extravagantes y figuras famosas parecían haber salido de las mismas pantallas del cine, brindándole un aspecto hilarante a la noche, ya que hoy, 31 de octubre, la fiesta de Halloween significaba el alma de la noche, el motivo de alegría, significaba relacionarse los unos con los otros en igual medida, en fin, significaba el motivo de vivir.
Aventura en la Noche de Halloween
Sea acompañados por sus hermanos, padres o amigos, los niños iban de puerta en puerta con su eterna letanía de: ¡dulce o travesura! Travesura que siempre, y si es que llegaba a darse, terminaba con un adorno adicional de huevos estrellados en la casa de quien se negaba a dar dulces o confites, y en su defecto, bien los huevos, harina y en algunos casos pintura, terminaba por adornar en lugar de la casa, al dueño de la misma. Con bolsas, hoyas o saquillos repletos de golosinas, radiantes, los niños iban y venían, mostrándose así como un retorcido y escabroso ejército de criaturas demoniacas.
Mas donde todos se preocupaban por festejar con sus extravagantes y estrambóticos disfraces; donde una gran mayoría se preocupaba de recoger la mayor cantidad de dulces y regalos posibles, eso sin contar los kilos de comida y grados de alcohol para el cuerpo, un pequeño, distanciado y con el más mínimo sentido común, un grupo de muchachos se encontraba reunido en un oscuro y desierto parque, donde sólo era audible sus risas estridentes por encima del canto eterno de los grillos y sapos, y donde sólo era visible sus siluetas espectrales, casi fantasmales. Aquí, este grupo de jóvenes sólo se preocupaba por buscar la mejor manera de ser, como bien decían ellos: el alma de la fiesta, o como bien podríamos llamarle nosotros, el símbolo de la estupidez adolescente.
Con edades que sólo son causantes de risas e ideas mentecatas, dos jóvenes de 16 años, cuatro de edades comprendidas entre catorce y quince, acompañados por seis chicas de igual medida, disfrazados los unos de vampiros y la muerte, las otras de brujas y diablillas, hablaban animadamente sobre temas que realmente no despiertan el interés de nadie; a menos, el interés de nadie que no tenga una pizca de madurez, o si a bien tienen, podríamos llamarle sentido común; mas llegada las once con treinta minutos de la noche, he aquí el tema que despertó su interés y el nuestro, y tema del cual más temprano que tarde se arrepentirían de haber tocado; tema que llevaba por nombre: historias fantasmales.
Aventura en la Noche de Halloween
–Como todos seguramente sabrán – Comenzó diciendo un joven disfrazado de vampiro, luego de haber oído con remarcada atención algunas historias atemorizantes por parte de sus compañeros. Chico que con su disfraz y que dada su baja estatura y contextura rolliza, le daba el aspecto de algo retorcido e hilarante–, siempre se ha rumorado que en los cementerios, llegada las doce de la noche, los muertos salen de sus tumbas; y pobre de aquellos que intenten entrar a uno de estos, porque bien es sabido que no sobreviven para contarlo, y en dado caso, vivirán una existencia condenada, ya que sus sueños serán intranquilos, así como verán apariciones en cada rincón, y en algunos casos, pueden hasta perder la cordura –terminando esto con aire de suspenso y abriendo enormemente los ojos, Este chico que respondía al nombre de Alejandro, se quedó observando a todos, con la esperanza de haber causado alguna impresión; pero para su humillación, si hubo algo que no pudo causar, fue infundir algún temor sobre los presentes.
–Bien –comenzó a decir desdeñosamente una pequeña chica que con voz chillona, cigarrillo en mano y cerveza en la otra, disfrazada de bruja con tridente en lugar de escoba, hacía la combinación más extravagante y ridícula de la noche, y cierto es decir que, no eran pocos ni contados los que pensaban de igual modo–, eres tan estúpido como siempre lo he dicho –interrumpiéndose un breve instante para escupir en el suelo, la chica continuó–. Esa historia, en lugar de dar miedo, lo que realmente causa es ganas ni siquiera de reír, si no de patear tu gordo trasero.
Rojo a pesar de su rostro blanco cubierto de talco, con el que Alejandro esperaba parecer más pálido, el chico arrojó una mirada iracunda contra Vanessa, que observándole con remarcado desprecio, esperaba un sartal de inmundicia saliendo por la boca de Alejandro; mas antes de que éste pudiese salir con algún absurdo, uno de los chicos de dieciséis años, que respondía al nombre de Gustavo, habló.
Aventura en la Noche de Halloween
–Opino igual que Vanessa; esa es una historia vieja y ya aburrida, Alejandro, pero yo tengo no una historia, sino algo que podríamos tomar como cierta, si es que los relatos de las viejas se pueden considerar como algo tangible. De sobra es público que a estas les encanta hablar un montón de camorra, mentiras y cháchara por igual medida –con risillas ahogadas, todos prestaron oído atento a lo que Gustavo pudiese decir–. Como ustedes bien saben, saliendo por la Calle Roja, la que está junto a la entrada del cementerio, se llega al cabo de una media hora, quizás quince minutos al cruce del ahorcado; allí, si se adentra uno por el camino donde están las verjas de metal que desde hace mucho están cubiertas por toda esa maleza y basura, más allá, siguiendo el camino tras estas verjas, se llega a una vieja, olvidada y embrujada mansión –a pesar que sólo duró unos segundos, pesado fue el silencio que cayó sobre los presentes, acompañados por una extraña sensación que les hizo arrojar miradas temerosas sobre sus hombros.
–Según ese cuento que oí –continuó Gustavo, sin prestar atención a las lentas, aunque de manera segura, crecientes miradas y facciones atemorizadas de sus compañeros–. Esa mansión debe tener unos doscientos años de antigüedad, años más, años menos. Con paredes hecha de gruesa roca, con enormes rejas y grandes ventanales, otrora, era una de las mansiones más imponentes de su época; pero un buen día el dueño de dicha mansión al parecer enloqueció, y preso de un arranque sea llamado de locura, de nervios o de simple ira, asesinó a su esposa e hijos por igual, al parecer, sin motivo alguno. Rumoran que una vez acabado el trabajo, los sepultó en los terrenos circundantes a la mansión, pero también suponen que bien pudo haberlos picado en pedacitos y tirarlos por allí, o comérselos, o dárselos de alimento a los cerdos; pero lo cierto es que después de haber hecho eso, y bien pasado ya su arranque de locura o como quieran llamarle, el hombre tuvo la brillante idea de pegarse un pistoletazo en la cabezota, y desde allí la casa quedó abandonada, ya que quienes intentaban habitar en ella siempre eran perturbados por ruidos, sensaciones y presencias paranormales, perdiéndose así en la historia y en el pasado, quedando de ella sólo una vaga y casi impertinente leyenda en las vil y molestas lenguas de las viejas.
Aterradas, las chicas se arrebujaron contra los chicos, que sin perder segundo siquiera, las apretaron contra sí de manera casi convulsa, aprovechando dicha situación para tocar un poco aquí y otro poco allá, estimulados por el cuento, los cigarrillos y en buena parte por la contrabandeada cerveza. Incrédula, casi arrogante, la menuda Vanessa arrojó una mirada contra Gustavo, el que no pudo menos de crisparse al verla.
Aventura en la Noche de Halloween
–¿Y tú qué? –preguntó irritado Gustavo.
–¿Yo? ¡Pues nada! Sólo que veo a un chico que es si no igual, al menos más estúpido aún que Alejandro, porque semejante disparate sólo podría ocurrírsele a él, o a un igual –risas estridentes, aunque nerviosas, soltaron los presentes, ya que bien era conocido el carácter sardónico e iracundo, tanto como rebelde e incrédulo de Vanessa.
–Excelente, Vanessa. No me creas si no quieres, no estás obligada a hacerlo.
–¡Pero lo que yo digo también es cierto! –Gritó con los puños apretados e indignado Alejandro, ya viéndose en él algunos destejidos de una extensible borrachera–. Si no son las almas de los muertos, son vampiros los que pueden atacarte en los cementerios el día de Halloween; si no, la misma Muerte, que como una horrible custodia, patrulla los cementerios para que los muertos no se escapen de sus garras, y para hacer que paguen los que osan invadir las fosas, cuando es ley para ella que nadie debe entrar en su morada, pasada ya las doce de la media noche –una aguda risilla, semejante al chirrido de una oxidada bisagra se escapó de la boca de Vanessa, que aún riendo, intentaba beber de su botella, derramándose buena parte de su contenido encima.
–¡Claro! Y prontamente vendrá el diablo en persona a suministrar más cigarrillos y darnos, no esta asquerosa cerveza, sino una buena botella de whisky o en su defecto, sangre de niños envejecida en su podrido antro –una nueva y renovada estampida de risas irrumpieron el obstinado canto de los grillos y ranas; y en un claro símbolo de la ya nombrada estupidez adolescente y la creciente tormenta, habló una vez más Vanessa–. Haremos algo bien gracioso, ya que no creo ni en lo que dijo el estúpido de Gustavo, y menos aún en lo que dijo su hermano de estupidez Alejandro. Será sencillo. Los que quieran, irán a que los chupe un vampiro o a que les corte la cabeza la muerte en el jodido cementerio. Los demás, iremos con Gustavo hacia la supuesta mansión embrujada y hacia su loco y supuesto dueño, a tomarnos unos tragos con él y si nos ofrece, comernos lo que quede de su familia, y en cuanto a los que no quieran ir ni a un sitio ni al otro, bien pueden llenar de suciedad su ropa interior desde ahora, porque mañana bien se sabrá en el colegio su cobardía.
– ¿Y eso como para qué? –Preguntó una nerviosa diabla de voz nasal tan aguda que parecía taladrar los oídos–. No me refiero a burlarnos de ellos, sino al motivo que podremos tener en visitar esos sitios.
–Para ver si lo que dicen estos mandriles es cierto, Diana, eso es obvio.
–Pero eso es estúpido, tanto como lo que han dicho –comentó de manera aburrida un chico alto, disfrazado de muerte, y que respondía al nombre de Fernando–. Si es verdad toda esa basura, ninguno volverá para contar nada a nadie.
–Y si ninguno va a ver si esto es verdad, siempre quedará como un montón de estiércol lo que estos dos puedan decir –Vanessa escupió una vez más en el suelo al decir esto, sacando con mano temblorosa un nuevo cigarrillo, de los más económicos que podían encontrarse y que tenían el agradable gusto del cartón.
–Fácil entonces. ¿Quiénes están de acuerdo con la propuesta de Vanessa? Es la manera más factible de solucionar esto –comentó una vez más de manera aburrida Fernando, viéndolos a todos como si fuesen un montón de inútiles y ridículas hormigas, o algo un poco menos que eso. Asombrado, Gustavo vio que todos levantaron la mano de manera enérgica, derramando cerveza en el suelo, y en varios casos, encima de sus compañeros.
–Eso es lo que yo llamo mayoría, así que iremos todos juntos a la salida de la Calle Roja, allí decidirán quiénes quieren entrar al cochino cementerio y quiénes quieren ir a la puñetera mansión. Yo por mi parte creo que no iré a ninguna de las dos, realmente, preferiría irme a comer todo lo que hizo mi madre –comentó aburrido Fernando, arrojando una mirada ofensiva, tanto a los nubarrones de humo que soltaban los jóvenes a cada exhalación, así como a quienes lo hacían.
–¡Miren al niñito cobardía! –Gritó la chica de voz taladrante que llevaba por nombre Diana–. Con dieciséis años, disfrazado de la muerte, ¡y es tan cobarde como la gallina que de seguro su madre cocinó! ¿Qué te pasa, eh? ¿Tienes miedo que la muerte te corte la cabeza? ¿O temes que uno de los amputados hijos del loco de la mansión venga a darte un besito? –estridente, irritante, Diana estalló en una sonora carcajada, que arrancó una mueca de dolor por parte de Fernando, ya que creyó posible que sus tímpanos estallasen, y que pareció herir el mismo aire, ya que sin que estos lo percibieran, el mismo había parado de murmurar y agitar las ramas de los circundantes árboles.
–No le tengo miedo a los vampiros, ni a la muerte, menos aún a una mansión que primera vez escucho que exista; en realidad, todo esto me parece un montón de boñiga servido en un plato a la hora de la cena; y en cuanto a mi parecido con las adorables gallinas que mi madre bien sabe preparar, creo que dicho comentario es un absurdo, viniendo de una chica que al no poner huevos como las gallinas, prefiere que otros se los introduzcan.
Aventura en la Noche de Halloween
Obvio, claro como el agua y cargado de desprecio, su comentario dio tal bofetada a Diana, que esta paró de reírse chillonamente, para arrojarse con puños y patadas contra Fernando, que sereno e imperturbable, se mantuvo sentado sobre el bloque de cemento donde se encontraba. Luego de calmar a Diana, que sin parar, aún arrojaba escupitajos contra Fernando, quien, inmóvil, la miraba con remarcado desprecio y algo más que Diana ni pudo ver, y en dado caso, no hubiese entendido su significado. Gustavo retomó la palabra una vez más, con una nota de reproche en la voz.
–Creo que tu comentario excedió los límites, Fernando. Por más ramera que sea Diana, no debes hacer ese tipo de… de… bien, díganle apuntes a una mujer –con un encogimiento de hombros, Fernando respondió.
–No sabía que decir la verdad era malo, aunque si algo sí sabía de esta, es que causa bastante dolor a quien se la dice, más aún cuando esta persona así la reconoce; claramente, nuestra amiga Diana es un ejemplo, cuando ni siquiera es mujer, porque recién si cumplió los catorce.
–Olvidémonos de eso por ahora –dijo una regordeta chica de voz ronca, que disfrazada de bruja y mejillas sonrosadas, prefería cambiar de tema lo antes posible–. Mejor que Fernando haga lo que se le dé en la perrísima gana; yo por mi parte preferiría ir a cualquiera de esos dos sitios y acabar con esto. Me agrada la idea de una aventura de misterios en la noche de Halloween.
–Así se habla, Carolina. Entonces, ¿en marcha?
Animados, todos emprendieron el camino por las atiborradas calles, repartiendo puntapié a aquel niño o aquel perro; quitando los dulces y arrojando alguna pedrada contra alguna calabaza, carromato, esqueleto o ventana, los doce chicos emprendieron su camino hacia la salida de la Calle Roja y hacia su aventura en la noche de Halloween.
Dejando atrás el grupo de casas donde se veía a leguas las fiestas, y donde se comenzaban a oír con más fuerza no sólo el sonido de la música, sino las voces de quienes la oían, el grupo de jóvenes llegó al final de la Calle Roja, donde era visible un retorcido y cubierto de arañas de goma, ranas y murciélagos cartel que rezaba: Camino del Cruce del Ahorcado. Junto a éste y señalando hacia un oscuro camino arenoso, se veía un segundo cartel, diferenciándose del primero no sólo por sus palabras, si no por el hecho que éste yacía cubierto de esqueletos diminutos, y para asombro de los presentes, con una hoz diminuta clavada a la madera del cartel.
–Ahí lo tienen, un lindo presagio para los valientes que quieran ir con Alejandro al hermoso cementerio –dijo sardónicamente Fernando, contemplando de cerca la diminuta hoz, que incluso pudo notar, era de madera su mango y de metal su hoja; y aunque no lo dijo en voz alta, estuvo completamente seguro que si la sacaba de allí y pasaba el dedo por su hoja, obtendría un hermoso corte en su dedo; cosa que no quería, porque así como bien podía conseguir un corte en su dedo, de sobra estaba escrito que podría hacer uno similar en su abdomen, cara, pierna o garganta.
–Bien, ¿quiénes serán los valientes que vendrán conmigo a visitar a La Muerte en su morada? –preguntó Alejandro, si no con valentía, al menos intentándolo, ya que se denotaba un aire de miedo, acompañado por una temblorosa voz y unas manos un tanto peor.
Al principio, ninguno se adelantó ni pronunció palabra alguna, cosa que dejó peor aún a Alejandro, pero si apenas pasó medio minuto cuando cortante, habló una vez más Fernando.
–Creo que otra vez te han dejado, ya sabes, mal, porque al parecer, te tocará ir solo a esa linda necrópolis –espantado, Alejandro vio atemorizado el desierto, oscuro y terrorífico camino del cementerio, que no conforme con mostrarse así, parecía también extender unos invisibles dedos, que acariciándoles de manera frívola, infundía temor en los chicos, y de acompañamiento, breves estremecimientos nerviosos.
Aventura en la Noche de Halloween
–Emm, Emm, Emm –aclaró su garganta un joven de piel oscura, al tiempo que se adelantaba hasta situarse junto a Alejandro–. Amigo mío, siempre me han llamado la atención los cementerios y nuestra amiga La Muerte, por lo que encantado iré contigo a visitarla un rato por allí. Con eso si la veo le pediré un autógrafo –varios de los presentes rieron ante las palabras del joven que llevaba por nombre Pablo.
–Qué lindo –habló de manera burlona Vanessa, intentando beber de su botella–. Ahí tienes a menos un idiota que te acompañará, y cuidado, no vayan hacer cositas prohibidas en el cementerio –mas para su asombro, dos chicas se adelantaron, situándose junto a ambos jóvenes, que mostrándose incrédulos, parpadeaban repetidas veces, como si con eso pudiese desaparecer la posible ilusión óptica.
–Nosotras también iremos allí, porque al final de cuentas, está más cerca de las casas, y en sí, ya hemos venido varias veces aquí a visitar a nuestros difuntos, por lo tanto, no es mucho lo que le tememos al lugar del descanso eterno. –Pamela y Katherine se llamaban estas chicas; una delgaducha y raquítica, la otra igual, aunque de ojos azules y piel pálida, casi transparente, ya que se podía ver con mucha claridad su sistema circulatorio.
–Eso sólo me da a entender algo, y esto es que no van allí por ver la muerte y los vampiros, sino porque de alguna manera creen que estarán más seguras, ¿no? –comentó curioso Fernando, recibiendo como respuesta una mirada asesina de ambas chicas, antes de que Katherine respondiera con aire avieso.
–Y si es así, ¿qué? ¿Piensas mandarnos a meternos huevos como si fuésemos gallinas?
–¿O piensas humillarnos de cualquier manera? –acotó amenazadoramente Pamela.
–Ni lo uno ni lo otro. En realidad me parece correcta sus precauciones, y les felicito por ellas; aunque si he de acotar algo, es que no vayan allí. –riendo despreciativa, Katherine respondió:
–¿Y qué? ¿Consideras mejor que vayamos y nos metamos a una mansión que capaz y esté minada de violadores o asesinos?
–Ah, eso mucho menos aún; sinceramente, son tan estúpidas como parecen, ya que lo realmente aconsejable, y no sólo para ti, sino para todos, es que no vayan ni a cementerio ni mansión alguna. A decir verdad, considero todo esto como un verdadero, ridículo y completo absurdo.
Por largo rato le miraron sea de manera incrédula, sea de manera iracunda o sea de manera despreciativa; pero inexpugnable como siempre, Fernando le restó atención a esto, manteniendo fija su oscura mirada sobre los azules ojos de Katherine, donde pudo percibir lo que pasaba por su mente, a pesar de su talante enfadado.
-Entonces tú no piensas ir a cementerio o mansión alguna, ¿eh? –preguntó Gustavo con una amplia sonrisa en el rostro.
–Por supuesto que no, porque si hay algo que quiero hacer, es volverme a poner la camisa mañana, volver a comer una buena cena en navidad, y regresar a casa para disfrutar de una similar a esta noche, porque si hay algo de lo que estoy seguro, es que es grande el apetito que tengo –escupiendo en el suelo, Vanessa estalló en una sonora carcajada, que pareció ser devuelta de manera lúgubre por la noche, rebotando en sombríos ecos por aquí y por allá.
–¡Absurdo! Sólo eres una soberana gallinita cagada, incapaz de asumir un reto e incapaz de demostrar que llevas el sexo masculino entre tus piernas. Por mi parte, demostraré lo que tú no tienes, por lo tanto digo, ¡hasta luego! –y tomando a un risueño Gustavo por la mano, ambos partieron por el camino de salida hacia la desconocida mansión. El resto de los chicos que habían quedado les siguieron apresuradamente, dejando un rumor de pasos sobre la arena y un tintinear de botellas por las cervezas que llevaban en mochilas y saquillos.
Estupefacto, Fernando observó que Diana se había quedado junto a ambos carteles, mirando aterrada a los seis chicos que se alejaban en dirección norte, mientras Alejandro y su pequeño grupo comenzaban adelantarse hacia el camino del cementerio, en dirección… Bien… En dirección absurda.
–¿Y tú qué, eh, Diana? – preguntó con una sonrisa en los labios Pamela, mientras saltaba sobre la punta de los pies, que ataviada como estaba, más parecía ser un estropajo de espantapájaros, dada su delgadez casi raquítica y su poco atractivo físico, si no se cuenta su rostro.
–¿Vendrás con nosotros a ver el cementerio? –preguntó animadamente Pablo, con un destello de remarcada malicia, que no pasó desapercibido para Fernando, que aún con talante aburrido, les miraba como si fuesen la cosa, no tan sólo aburrida, sino imposible de entender.
–Emm, bien… Bueno… Yo en realidad estaba pensando… que bueno…. Sería no sé, quizás… un poco mejor evitar problemas –con la boca abierta y los ojos de semejante forma, los cuatro chicos le miraron como si le viesen por primera vez, y que no conforme con esto, no supiesen siquiera quien era, menos aún, qué cosa podría ser.
–¡Ja! –Rió chillonamente Vanessa a la distancia–. ¿Ahora quién es la gallinita, eh? ¡Soberana hipócrita! –por otra parte, y cuando Diana volteó a mirarle, notó que Fernando no le veía de manera bufona ni mucho menos aún de manera sardónica, en realidad, le veía con curiosidad, como si no le pudiese creer.
–¡Sí! –le espetó Diana en la cara a Fernando, escupiéndole al hacerlo, pero éste aunque lo notó, no hizo movimiento alguno para evitar ni limpiar la saliva que, a cada palabra, Diana arrojaba sobre su rostro–. ¿Contento? ¿Conforme? ¡Sí soy una cobarde! Y puedes burlarte todo lo que quieras, ¿pero sabes qué? ¡También quiero cuidar mi sucio y dilatado trasero! ¿Porque así es como piensas tú que es, no? ¿Pero sabes qué es lo mejor? Que no sólo me cuidaré, si no que trataré de ahora en adelante de estar viva el mayor tiempo posible, ¡para así amargar el resto de tu existencia! Al final de cuentas, ¡igual te detesto!
Sonrojada, con los labios temblando y sudando copiosamente a pesar de la gélida brisa que les azotaba, Diana observó a Fernando por algunos instantes, esperando que éste le saliera con un sartal de maldiciones e improperios, pero en lugar de esto, lo único que hizo fue encogerse de manera indiferente de hombros, lo que terminó por sacar de sus casillas a Diana, que sin poder discutir ni desahogar su ira contra él, decidió dar un grito, jalar sus cabellos y tirarse al suelo a dar puñetazos y patadas.
Ignorando dicho ataque, Fernando volteó a mirar a los cuatro chicos que aún parecían aterrados ante el arranque histérico de Diana.
–¿Y ustedes qué? ¿Seguirán con sus planes de ir allá, o tomarán una decisión como la de Diana y la mía? –ante esto, Diana lanzó un chillido histérico, parte de ira, parte de humillación, porque quiéralo o no, las palabras de Fernando habían sido las causales de que esta no fuese ni a un sitio ni a otro a buscar lo que no le serviría de nada en ningún aspecto ni de la noche, menos aún de su vida.
–¿Acaso nos crees tan imbéciles? – Espetó Pablo, arrojando una mirada resentida contra él y una semejante contra Diana–. Iremos allá y así, ustedes dos mañana serán el motivo de burla para nosotros y para muchos. Cosa en la cual te aseguro, me regocijaré como no tienes una mínima idea.
–Y con suerte, todo lo que vivamos –terminó por decir despectiva Pamela haciendo una seña obscena con su mano; pero igual que siempre, Fernando la miró con remarcado desprecio, para luego acotar tras un encogimiento de hombros.
–Allá ustedes. Les deseo suerte y que Dios les proteja –irritante fue la risa que arrojaron tres de los chicos mientras se alejaban, ya que las palabras de Fernando le parecían un poco desatinadas.
Sollozando, Diana se puso de pie una vez más, mirando horrorizada como los cuatro chicos se alejaban hacia el cementerio; después, fijó sus amarillos ojos en los de Fernando, los que le miraban con interés.
–¿Feliz? ¿Contento? ¡Ahora seré el motivo de burla durante todo el puñetero año! –Histérica, comenzó a jalonear sus dorados cabellos, renovando sus sollozos y su ataque de histeria–. ¿Ahora qué vas a decir de mí, eh? ¡Rata rastrera! –arrojando una serie de puñetazos contra Fernando, Diana sollozaba con más fuerza cada vez, hasta que, indiferente, Fernando le sujetó ambas muñecas, frenando así sus golpes, que al no causar dolor, producían en él un verdadero fastidio, como si cientos de mosquitos zumbaran alrededor de sus oídos.
–No. A decir verdad, no pienso ni burlarme de ti, menos aún humillarte.
–¡Claro! ¡Porque ya lo hiciste! Me trataste de perra frente a todos; y ahora, me tratarás de estúpida por no haber ido con ellos.
–En realidad, ahora tienes mis respetos, porque has demostrado ser más inteligente que todos ellos juntos.
Incrédula fue la llorosa mirada que arrojó contra Fernando, buscando en las facciones de éste algún indicio de burla, sarcasmo o algo similar; mas al no encontrar nada de esto y al quedarse sin palabras, Fernando decidió soltar sus muñecas y sacar un pañuelo del bolsillo, para limpiar las lágrimas y mucosidad que empañaba el sonrojado rostro de Diana.
–¿No te estás burlando de mí? –preguntó esta, cuando Fernando terminó con su limpieza; con un encogimiento de hombros, Fernando respondió.
–No, a menos que tú creas lo contrario, porque allí, diga lo que diga, igual no me creerás.
–Pero… Pero… Entonces…
–Olvídalo.
Aventura en la Noche de Halloween
Fernando arrojó una mirada hacia el camino por donde se veían diminutos los seis chicos, que no conformes con hacer planes para humillarles al día siguiente, comenzaron a arrojar las botellas vacías de cerveza contra ellos; asustada, Diana arrojó agudos gritillos al tiempo que saltaba con la finalidad de evitar los botellazos que no paraban de bombardear el suelo a su alrededor.
Inexpugnable, Fernando se mantuvo en el mismo sitio lanzando miradas iracundas contra los ya lejanos chicos, donde al cabo de un minuto, y luego de quitar de manera descuidada a Diana del punto donde esta estaba parada, impidiendo así que esta recibiese un buen botellazo, Fernando habló, tras caer a escasos centímetros una botella, y luego de que una última rozara su cabeza.
–Lo mejor será que me vaya de aquí. Ya estoy aburrido… cosa que en realidad lo he estado toda la noche, si te soy honesto.
–¿Ah sí? ¿Entonces qué coño hacías con nosotros en el parque? –preguntó iracunda Diana, mirándole con desprecio.
–Por el mismo motivo por el cual me la paso con ustedes.
–¿Sí? ¿Y como cuál será ese motivo? ¿Pasarla bien? ¿Mirarnos como escoria? ¿O sólo para tener compañía?
–Vuelves a tener el maldito espíritu de la estupidez, Diana, porque no es ni por un motivo ni el otro, menos aún por el último, en sí, es para verte –si Fernando le hubiese arrojado un puñetazo en plena nariz, Diana no hubiese quedado tan aturdida ni menos aún se hubiese mareado, y cosa cierta, esto no lo produjo la cerveza.
–¿P… pa… para verme? –fue lo único que pudo balbucear, ya que el rostro de Fernando no tenía atisbo de mentira alguna; en lugar de ello, era notoria su sinceridad, tanto como el odio que debía sentir hacia sí mismo, por revelar su preciado secreto.
–Sí, como oíste. Si quieres, créelo, si no, es tu problema, al final de cuenta me detestas –dejándole allí parada, aún mareada por lo que acababa de oír, Fernando se comenzó a alejar por la empedrada calle, camino a su casa y a la anhelada cena.
–¡Espera! –gritó Diana cuando Fernando apenas si había dado media docena de pasos; volteándose a mirarle, Fernando esperaba ver un nuevo arranque de histeria, pero al verla aún con lágrimas en los ojos, no pudo menos que extrañarse.
–¿Qué?¿Ahora piensas escupirme a la cara? Es lo único que te falta.
–¡Idiota! –masculló Diana indignada–. Sólo quería darte las gracias… Porque bueno… Impediste que fuese a meterme en quien sabe qué lío; yo…. Bueno… Estoy agradecida… y bu… bue… bueno…. Estoy apenada –por su parte, Fernando hizo un gesto tranquilizante, para luego agacharse de espaldas a Diana, que no pudo menos que observarle un tanto nerviosa e interesada.
–¿Piensas quedarte allí toda la maldita noche? –preguntó Fernando, mirándole sobre su hombro y sin comprenderla.
–Pero es que no entiendo… –mirándole como si fuese la mayor retrasada del planeta, Fernando no pudo responder sin un atisbo de impaciencia en la voz.
–Estoy así para que te subas a mi espalda, niña idiota. Con eso no caminarás y podrás ir tranquila conversando conmigo, si es que te place hacerlo, si no, bueno, camina entonces.
En lugar de irritarse, Diana sonrió abiertamente y se adelantó hacia Fernando, apoyando sus manos sobre los hombros de éste, el cual enarcó una ceja, diciendo así una muda pregunta: ¿ahora qué?
–Emm… bueno…
–Se me había olvidado –dijo Fernando, interrumpiendo las palabras de Diana e incorporándose, para mirarle en ángulo descendente, ya que al no poder mirarle de frente dada la baja estatura de Diana, debía casi pegar su barbilla del pecho–. Perdona por haberte humillado frente a los muchachos y por haberte hecho llorar y por haberte llamado perra y ramera de los cuatro vientos –extendiendo una mano hacia Diana, acotó–. ¿Amigos? –incrédula, asombrada, le miró por algunos segundos, para luego comenzar a sollozar una vez más, tomando entre sus pequeñas y cómicas manos la de Fernando.
–No te preocupes, estás disculpado –estallando en unos sonoros sollozos, así como hipidos, Diana se quedó de pie frente a Fernando, con la cabeza inclinada y aún sudando copiosamente. Fernando le miró conmovido por algunos instantes, para luego volver a agacharse frente a ella.
Aventura en la Noche de Halloween
–¿Piensas venir a pie o sobre mi espalda? –Preguntó impaciente Fernando, tras un minuto entero en la misma posición–. Porque no sé tú, pero lo que soy yo muero del hambre; así que si te place, o subes a mi espalda o comienzas a andar, si no quieres quedarte aquí, porque ya quiero irme de este cruce.
Asombrada, como salida de un estupor somnoliento, Diana dio un respingo para luego subir con avidez a la espalda de Fernando, colocando sus delgaduchos brazos alrededor del cuello de éste, y apretando sus piernas contra la cintura de Fernando.
–¿Me dejarás en casa? –preguntó Diana mientras se alejaban una vez más hacia su pueblo, aún jipiando y soltando en una que otra ocasión un sollozo.
–Si tú lo quieres, aunque si a bien tienes y te place, puedes venir conmigo a mi casa, para que cenes con mi familia. Si he de comentarte algo, es que estás demasiado delgada y prácticamente no pesas nada.
–¿Me estás invitando a cenar? –preguntó Diana, renovando sus sollozos.
–Creo que lo dije con suficiente claridad como para que salgas con esa pregunta, y te recomiendo que dejes de llorar, porque me estás moqueando el cuello.
Los rumores de sus voces y la estridente risa que arrojó Diana se perdieron en la distancia, así como los pasos de Fernando, cuando con estrépito, algo cayó en el suelo con un sonido metálico.
Una hoz yacía en el empedrado junto al cartel de la vía al cementerio, tras haber crecido considerablemente, ya que en un principio sólo era de un diminuto tamaño, y así como pensó Fernando al verla pequeña y clavada en el cartel, ahora, de enorme envergadura, la hoz tenía el brillo de la luna en su superficie, la fortaleza del roble en su oscuro mango y el filo de la muerte en su hoja.
Unas manos esqueléticas aferraron su largo mango, levantándola con vigor y con una reverencial lentitud del suelo. La dueña de semejantes manos estaba ataviada con un largo manto y gran capucha de color negro, pareciéndose enormemente al disfraz de la muerte que vestía Fernando. Volteando hacia donde ahora, de manera diminuta se divisaba a éste, aún con Diana a sus espaldas, la figura habló chillonamente, con una voz que parecía salir de alguna cueva fría y oscura, oculta tras kilómetros de túneles bajo el suelo.
–Más que sabios e inteligentes, fueron precavidos –haciendo chocar los carcomidos dientes de su esquelética calavera, La Muerte emprendió el camino hacia el cementerio de manera ceremoniosa, olfateando el aire y con la hoz apoyada en su esquelético hombro.
El rocío empañaba los matorrales a su alrededor, mientras en las sombras, los grillos emitían un siniestro himno chirriante; la brisa gélida les hacía castañetear los dientes y ya para cuando Alejandro y su comitiva llegaron a las grises puertas del cementerio, estos se encontraban tiritando de frío. La brisa les agitó los cabellos y les tensó el rostro; árboles y matorrales susurraban de manera subliminal, acompañando el siseo del viento.
–¡Lindo meollo! –masculló Katherine en un castañetear de dientes; Pamela, a su lado, estaba si no igual, peor, ya que de piel amarillenta, ahora tenía un extraño color purpúreo.
–¿No les pa… pa… parece extraño esto? –preguntó atemorizada Pamela, arrojando miradas a todas partes, en especial, a las marchitas flores que rodeaban la entrada del cementerio.
–¿Qué? ¿Extraño? Vamos, Pamela –habló Alejandro, divertido, notando los nervios que comenzaban apoderarse de ambas chicas–. Lo único y realmente extraño aquí, es que cuatro chicos intenten meterse a los rincones más profundos del cementerio en la noche de Halloween, cuando, veamos… mi reloj marca las doce horas con cincuenta y nueve minutos; podríamos decir entonces que es la una de la madrugada.
–Y yo podría decir que ahora considero que somos un grupo de cuatro chicos realmente idiotas, porque me caiga un rayo ahora mismo si no creo que Fernando tenía toda la razón del jodido mundo –Azules, inquietos, atemorizados, los ojos de Katherine recorrían las puertas dobles del cementerio cerradas con enormes cadenas y candados, detallando el arco de concreto que rodeaba las mismas, los murallones mohosos y húmedos, que más que defensivos, parecían atemorizantes y enfermos, ya que con plantas aglutinadas a su superficie y grietas en la misma, a Katherine más le parecía un viejo, enfermo y herido guardián hostil.
–¡Vaya sorpresa! –Masculló Alejandro entre dientes, mirando ceñudo a Katherine–. ¿Realmente estás asustada, eh?
–¡Y ni pensar que ella misma insultó a Fernando por lo que decía! –agregó maliciosamente Pablo, mirando las huesudas caderas de Katherine.
–¿Y qué con eso? –Reviró esta arrojando una iracunda mirada contra Pablo–. Puede que no haya vampiro ni muerte alguna en éste lugar, pero lo que sí puede haber es una panda de ladrones, o bien alguna serpiente que me muerda, o bien un agujero con ganas de partirme el tobillo, o si no, un montón de mosquitos con ganas de sacarme toda la sangre de las venas.
–Y allí sí que te morirías, porque con lo raquítica que estás…
–¡Basta! –gritó Alejandro, interponiéndose en medio de ambos chicos, ya que Katherine tenía toda la pinta de querer arrojarse contra Pablo, bien para darle de puñetazos o puntapié, o bien para escupirle o sacarle los ojos–. Así no llegaremos a ningún lado, por lo tanto y para hacer las cosas un tanto más fácil y rápido, busquemos la manera de entrar y si así lo desean, mañana pueden hacer lo que quieran ustedes dos; y no me refiero a cochinadas, sino si quieren matarse y todo lo demás.
Prestando medida atención a puertas y murallas por igual, Alejandro comenzó a buscar sitio por el cual pudiesen entrar, y por lo que veía, el único posible, era escalar un montón de tabiques, lápidas y escombros, que arrojados en un rincón oscuro de la muralla, olvidados o ignorados desde hacía mucho, ahora cubiertos de musgo y florecillas silvestres, parecían ser unas escaleras con un extraño aviso que rezaba:
-“Por aquí, escaleras de entrada al cementerio; buen viaje y salude por descontado a mi tía abuela, que lindamente murió picada a pedazos, cortesía de un hacha”.
–Por lo que veo –comentó Alejandro señalando el montón de escombros–, creo que es el único y perfecto sitio para entrar.
–¡Perfecto! –Dijo entusiasmado Pablo–, porque bien es notorio que no podremos reventar esas cadenas, que semejantes a sus candados, parecen tener el grosor de mi brazo.
–Eso no es mucho decir –agregó Katherine despectivamente–, porque si es así, la raquítica Katherine puede romperla entonces con sus igualmente raquíticas y debiluchas manos –con paso decidido, echando chispas por los ojos y fuego por las orejas, Pablo se adelantó hacia donde se encontraba Alejandro, que dando ya algunos pasos temblorosos sobre la pila de escombros y columnas, probaba tentativamente la resistencia de estos vestigios. Mientras tanto, encaramada sobre la espalda de Fernando, Diana junto a éste se encontraban ya pasando junto a las primeras casas del pueblo, donde muchos vecinos le sonreían al joven de manera secuaz, mientras tras ellos, y a considerable distancia, La Muerte tomaba ya entre sus manos una pesada hoz, para después mirarles a la distancia, rumorar algo y comenzar andar con paso lento hacia su morada, el cementerio, donde ya Alejandro estaba encima de la muralla, agitando sus brazos en el aire y haciendo mil morisquetas que arrancaban risas de Pamela y Pablo, ya que aún tiritando, Katherine permanecía de brazos cruzados y talante desconfiado, tanto como enfadado.
Aventura en la Noche de Halloween
–¡Vamos! –Gritó Alejandro desde lo alto, luego de arrojar un vistazo al interior del cementerio, donde el rocío y la humedad eran tangibles, tanto como una pequeña y siniestra capa de niebla–. ¡Si tengo una vista hermosa del cementerio! Y bueno es acotar, que se ve de igual manera. Así que, ¿quién sigue? –las chicas dudaron por un instante, hasta que decidida, Pamela dio un paso adelante.
–Bien, creo que la siguiente a subir entonces seré yo –pero viendo que con esto y así, sin siquiera pensarlo, quedaría sola con Pablo, Katherine dio un salto adelante, exclamando al hacerlo:
–¡Nada de eso! Iré yo primero, porque bueno…. No sé…. Quiero ser la primera en entrar –esto era mutilar la verdad y convertirla en mentira, porque bien se veía su poco ánimo de querer entrar, debido a que percibía una presencia inhumana que venía por el camino del cementerio.
Aún temblando de nervios y tiritando de frío, con dificultad y tras conseguir un lindo par de arañazos en las rodillas, un raspón en su antebrazo y algunas ramitas enredadas en su cabello, Katherine llegó al lugar donde le aguardaba Alejandro, que con agrado y manoseando buena parte de su esqueleto, la ayudó a bajar al frío y húmedo suelo del cementerio.
–¡Ahora sí que iré yo! –dijo animada Pamela, dando saltitos de emoción y comenzando a subir por la pila de cascotes.
Mirando con anhelo la ropa interior de esta, Pablo siguió sus pasos, tropezando incluso más que la misma Katherine, ya que no perdía tiempo en espiar los secretos ocultos tras la ropa interior de Pamela, y aunque esta notó esa obscena mirada, en lugar de indignarse o reclamar como hubiese hecho Katherine, decidió abrir las piernas más de lo necesario en variadas ocasiones, para dar una mejor vista al estúpido, morboso y cochino observador.
Llegada a la cima, Pamela dio un hábil salto al interior del cementerio, cayendo con ligereza junto a una aterrada Katherine, que de un color blanco casi transparente, ahora no aparentaba siquiera tener sangre en las venas.
–¿Asustada, eh? –iracunda, casi asesina, Katherine contempló el risueño y ahora horrible rostro de Pamela, porque a tal punto estaban sus nervios y rabia, que todo parecía verse incluso más feo que su doble feo profesor de Matemáticas, que a su parecer, bien podría ser el hermano o padre perdido de Pablo, porque ciertamente, ambos no podían quitar los ojos del trasero, los pechos o la entrepierna de las mujeres. Cosa realmente asquerosa, a su parecer.
–En realidad no estoy asustada ni mucho menos; sólo decidí acelerar mi ritmo cardiaco, helar la sangre de mis venas y palidecer más de lo normal, ya sabes, sólo para darle un aire de misterio a la cosa –en medio de las dos, cayó Alejandro justo a tiempo para impedir la próxima tormenta, porque chicas en fin y en pleno desarrollo hormonal, estas se encontraban propensas a las rabietas y ataques de histeria. Si no, recuérdese la reacción de Diana momentos antes.
–¡Bueno, bueno! Mejor dejemos las discusiones y rabietas para otro momento, porque aunque estas causen calor y todo lo demás, que debo decir, no cae para nada mal dado el frío que hay, pero en sí, no nos llevará a ningún lado.
–Ah, claro, olvidaba que esta excursión sí que nos lleva a algo –comentó sardónicamente Katherine.
En éste punto, Pablo aún sobre la muralla, echó un rápido vistazo hacia la calle tras de él, ya que creía sentir que alguien se acercaba lentamente, lo que le puso considerablemente nervioso, tras sentir un escalofrío recorrer su columna vertebral. No obstante y al no divisar nada y con un encogimiento de hombros, se arrojó al interior del cementerio, justo cuando se hizo visible por el camino una esquelética figura vestida de muerte y con una hoz apoyada en el hombro.
Cayendo de pie junto a sus compañeros, Pablo arrojó una rápida mirada a las pálidas lápidas, a la leve niebla y al pecho de Pamela, donde al parecer encontró algo más interesante que en todo cuanto le rodeaba, dado que allí se quedaron sus ojos por un largo rato.
-Henos aquí entonces; ahora mi pregunta es, ¿qué diablos haremos? Porque no creo que habremos venido hasta aquí sólo para quedarnos como idiotas parados junto a esta gélida roca, llamada muralla, y que tiene toda la pinta de estar a punto de venirse a pique, porque bien deteriorada la veo.
–Pablo, Pablo, ¿aún insistes en querer hablar como un poeta? Te recuerdo que es el año 1950 y Alejandro Dumas y Shakespeare murieron hace mucho. ¡Y claro que no! ¡Por supuesto que no! –dijo Alejandro entusiasmado, dándose toquecitos en la sien izquierda, como tratando de movilizar sus recuerdos, o bien para sacudirlos y ordenarlos.
–El único y realmente indicado para decirnos qué hacer, es Alejandro, porque él fue el de toda esta cháchara acerca de los cementerios y demás –claramente arrepentida de haber ido con ellos, Katherine lanzó una mirada suplicante hacia Alejandro, con la esperanza que éste no recordara nada más, y que en lugar de ello, dijese que mejor sería dar media vuelta, y salir como almas en pena a sus hogares, donde seguramente, la pasaría mucho mejor, cosa que con toda seguridad lo estaba haciendo Fernando y Diana.
–Bueno, siempre en la entrada de cualquier cementerio se siente curiosidad y un leve temor, y por lo visto es lo que sentimos ahorita, así que vamos bien.
–¿Vamos bien? ¡Absurdo! –masculló por lo bajo Katherine, arrojando nerviosas miradas a las pálidas tumbas, que poco a poco parecían más temerosas y como si despertaran de algún ensueño. Algo realmente chistoso, porque las lápidas no podían despertar de ningún sueño, puesto que no tenían vida alguna–. “Pero bien, con toda seguridad eso parecen estar haciendo” –se dijo Katherine, sin prestar atención a lo que decía Alejandro a su lado.
–Si uno se adelanta al centro del cementerio –continuó diciendo Alejandro sin prestar atención a los murmullos de Katherine–, allí se podrá sentir las presencias, espíritus y todo lo demás; incluso, es posible que nuestros preciados ojos vean sombras y cosas similares.
Aventura en la Noche de Halloween
–¡Qué lindo y romántico! –soltó Katherine pesarosa y sardónicamente.
–¡Lástima que no traje mi cámara! –se lamentó Pamela, lamiendo sus labios y arrugando la nariz.
–Pero si se llega al final del cementerio, donde están las tumbas más antiguas, las lápidas más viejas, descoloridas y carcomidas por la intemperie, allí se podrán ver los vampiros, muertos vivientes e incluso, la misma muerte –así, Alejandro culminó su monólogo, chasqueando los dedos al hacerlo–. ¡Bien! Entonces nuestro destino es ir derechito por éste camino central hasta el final del cementerio, donde encontraremos lo que buscamos.
–¡Excelente! –aplaudió entusiasmada Pamela, ya dando pequeños saltitos hacia el camino, como si tuviese unos invisibles resortes en sus largos pies.
–Eso sí que me agrada, porque para serles sincero, desde hace mucho que quiero ver a La Muerte, así de cerca y en vivo y directo –Pablo había colocado una mano muy cerca de su cara, mostrando a qué distancia quería ver a La Muerte. Mas su propia palma de la mano le atizó con fuerza el rostro, arrancándole algunas lágrimas de dolor, cuando aireada, Katherine golpeó su mano, para luego voltearse a mirar directo a la cara a un temeroso Alejandro.
–¿Lo que buscamos? ¡Será lo que tú buscas! ¡Yo no quiero ir allá! –comenzando a sollozar, Katherine miró el camino donde, de pie, Pamela le miraba con el ceño fruncido–. ¡Tengo miedo! Me parece que algo malo nos va a suceder si vamos allá.
–¡Bobadas! –Gritó Pablo lleno de furia–. ¡Lo que deberías conseguir es que te arranquen la nariz por ser una maldita ramera y estúpida chica! –justo a tiempo llegó Pamela para sujetar a Katherine, que ya daba algunos pasos hacia Pablo, con intenciones parecidas a las de un poco amigable asesino en serie.
–¡Y vuelven otra vez! –comentó divertido Alejandro, mirando de Pablo a Katherine, y de esta otra vez a aquel–. Creo que ustedes dos terminarán casados, porque les encanta discutir y pelear. Insisto, por allí hay algo –riendo, Alejandro se adelantó hacia el camino polvoriento y cubierto de niebla, echando un vistazo hacia las lejanas tumbas adornadas con flores marchitas, ángeles de piedra grisácea y la nunca faltante cruz–. Será mejor que caminemos hacia el centro del cementerio, allí hay un cruce, cuando lleguemos allí, veremos el paso siguiente a tomar. Por lo tanto, tropa, ¡en marcha! –ubicándose junto a Alejandro, Katherine iba de brazos cruzados y aún con ojos chispeantes de furor, mientras junto a Pamela iba Pablo, echando rápidos vistazos a las posaderas de esta.
Aventura en la Noche de Halloween
Perdido el rumor de sus pasos en la distancia, así como sus diálogos, La Muerte llegó a la puerta del cementerio, donde luego de echarle un vistazo y con un virtuoso movimiento de su hoz, denotando su habilidad y el constante uso que daba de esta, hizo que cadenas y candados por igual, cayeran ruidosamente en el suelo, mientras algunos eslabones cortados de manera limpia fueron a volar a quien sabe qué sitio, perdiéndose en la oscuridad. Con un rechinar de goznes oxidados y crujir de madera, las puertas dobles del cementerio se abrieron sin que mano alguna se apoyara sobre estas, para luego cerrarse con un sonoro golpe, que extendiéndose tal cual nube de mal agüero, fue resonando y estrellándose en lápidas y tumbas a través del cementerio, impartiendo temor a cada milímetro donde su sonido alcanzaba. Así y de manera simple, La Muerte llegó a su morada.
–¿Oíste eso? –preguntó aterrada Katherine a un igual de aterrado Alejandro, quien así se encontraría hecho un manojo de nervios, que no sentía la mano estranguladora de Katherine apretando su brazo, trancándole la circulación. El apoteósico y mortal sonido de las puertas al cerrarse les había golpeado directo en el pecho, dificultándoles la respiración, poniéndole carne de gallina, congelándole la sangre y borrando cualquier vestigio de entusiasmo, alegría o ganas de mirar las posaderas de las chicas, que poco faltó para que estas derramaran su oculto contenido.
–¿Que si lo escuché? ¡Pues claro que lo escuché! Habría que estar sordo para no hacerlo.
–¡O loco para haber venido aquí! –chilló histérica Katherine a Alejandro, cuando éste recién terminó de hablar.
Ya se encontraban en el centro del cementerio, donde se extendían en distintas direcciones algunos caminillos que iban a perderse hacia las hoscas profundidades del osario. Para Alejandro, esto era interesante; para Pamela, algo divertido; en cuanto a Pablo refería, lo verdadero aquí que podría llamar su atención, era la pícara Pamela y la raquítica y verdaderamente difícil Katherine. En cuanto a esta última, cada vez estaba con los nervios más de punta, así como su cabello.
–Yo creo que sin duda alguna fue un buen susto, pero si hay algo de lo que también estoy seguro, es que eso pudo haber sido con toda facilidad, el sonido de un cañonazo, y no me refiero al espectro de uno de ellos, sino uno de verdad arrojado al cielo por alguien allí afuera –estúpidamente, Pablo dijo esto, haciendo hasta lo imposible por ocultar su temor, traicionándole su alterado rostro, ya que su voz al menos, se mantuvo, si no en su tono habitual, sin temblar como sus manos.
–¡Idioteces! –exclamó Katherine mirando atentamente en la dirección por donde habían venido, y por donde ahora sentía una presencia extraña, y veamos qué cosas depara la vida, ya que esa era la misma presencia que había sentido por el camino del cementerio. De no ser así, entonces ella no se llamaba Katherine y tampoco era mujer.
–Si así lo prefieren, sigan asustados, pero lo que soy yo, restaré tanto interés como importancia a lo que sea que haya sonado por allá; al final de cuentas, un sonido no mata… Me refiero, no directamente, pero éste en particular, si no lo hizo ahora, dudo que lo haga después.
–¿Y qué si alguien lo hace en lugar del puñetero sonido? –mortal fue la mirada que arrojó Katherine contra Alejandro al pronunciar esto, porque bien, el sonido no le había matado y cierto, no lo haría después, ¿pero qué con la cosa que había entrado? Porque tan claro como su piel era el hecho que alguien había entrado y que por lo visto, les observaba, u olía, o escuchaba, porque su instinto y sentidos le decían que la cosa extraña aún permanecía de pie, quieta y congelada, con las puertas dobles del cementerio a sus espaldas, y con algún arma mortal encima.
–Entonces que espere a que salgamos de aquí, así podrá matarnos del susto, con un estruendo similar al que recién oímos, o si así le place y le parece más divertido, nos podrá matar a cosquillas –una vez calmados, si exceptuamos a Katherine, Alejandro notó algo extraño, que en lugar de atemorizarle, subió si es que esto era aún posible, su ánimo y sus ganas de seguir curioseando.
–Como ustedes, chicas, yo no es la primera vez que vengo al cementerio, aunque sí la primera que vengo a estas horas; pero lo cierto del caso es que en las veces que había venido, jamás había visto ni esta tumba en particular, menos aún, el caminillo junto a esta.
Extraño, y como puesto allí de manera descuidada, casi impertinente, un tortuoso camino rodeado de un espeso matorral se extendía junto a una capilla de concreto y acero, que parecía tener allí al menos unos seiscientos años. Al asomarse por éste, los chicos notaron que se perdía en la distancia y donde por lo visto, al final, había una segunda verja de metal, que parecía dar paso a una segunda ala del cementerio, más viejo, más lúgubre y más aterrador, y por supuesto, totalmente desconocido.
–¡No! ¡No, no, no y mil veces no! ¿Creen prudente ir a una parte del cementerio que ninguno de nosotros jamás ha visto? ¡Locos si así lo hacemos! –mordiendo demencialmente sus uñas, Katherine miraba con los ojos abiertos hasta más no poder el tortuoso caminillo, sudando a pesar del frío y moviéndose inquieta de un lugar a otro.
–Y lo mejor no es eso, sino que también hay un segundo caminillo como ese –agregó Pamela entusiasmada, señalando un caminillo similar que se veía unos sesenta metros más allá y de donde venía Pablo con una desagradable sonrisa, luego de haber escudriñado dicho caminillo. Cosa desatinada le pareció a Katherine, ya que era sin duda alguna de locos sonreír ante la idea de caminillos nunca antes vistos en un cementerio, y por descontado, caminillos que llevan a una segunda ala del cementerio más viejo aún.
–Lo que haremos será sencillo, Pamela, si a bien tienes, irás conmigo por aquel caminillo, así Alejandro irá con Katherine por éste otro, que sinceramente, fue el que él descubrió, y es por el que a mi parecer debería ir. ¿Estamos de acuerdo?
–¡Sí! –exclamaron a la par Pamela y Alejandro, mientras Katherine negaba vigorosamente con la cabeza, azotando su rostro con su propio, dorado y corto cabello.
–Entonces, haremos así como has dicho, Pablo –continuó diciendo Alejandro claramente entusiasmado y mirando su reloj–. Ya es contada la una con treinta minutos; entonces, lo mejor será que nos veamos aquí en una hora; así, tendremos tiempo suficiente para echar un buen vistazo por ese cementerio, a ver qué logramos encontrar por allí que nos sea de gran placer.
–¡Locos! –masculló una vez más Katherine con voz temblorosa, suplicante y casi resignada.
–¿Qué les parece esa idea? –interrogó Alejandro con una amplia sonrisa en el rostro, ignorando por completo a Katherine, la que ahora jugueteaba de manera frenética con su enmarañado cabello.
–Yo estoy de acuerdo –respondió Pablo, mirando las delgaduchas piernas de Katherine–. No sé si Pamela es de la misma opinión.
–¡Totalmente! –Respondió esta alegremente, dando palmaditas–. ¡Será divertidísimo! Pero debo insistir en que lástima no traer cámara alguna, así pudiésemos demostrar no sólo con palabras lo que veamos aquí, sino también con unas lindas imágenes.
–¡Loca y mil veces loca! –dijo de manera ahogada Katherine, ya que había introducido sin darse cuenta de ello, los cuatro dedos de su mano izquierda en su boca.
–¡Excelente! –exclamó entusiasmado Alejandro, para después acotar alegremente–. Comiencen a adelantarse ustedes; apenas entren en el caminillo, yo haré otro tanto en éste; así, iremos a la par y ninguno se adelantará; ya saben, para tener la misma cantidad de tiempo para observar.
Aventura en la Noche de Halloween
De esta manera, Pamela entusiasmada, Pablo curioso y siempre morboso, Alejandro radiante y Katherine aterrada, los cuatro chicos comenzaron andar hacia los caminillos, mientras en la comodidad de su hogar, Fernando cenaba con su madre y familiares, disfrutando de la compañía de la ahora radiante Diana. Mucho más allá y en sentido contrario, con la voz exaltada por el alcohol, seis chicos llegaban al Cruce del Ahorcado, donde no se veía alma alguna en metros, quizás kilómetros a la redonda. Lo único visible y audible era la carretera desierta que reflejaba el brillo de la luna y en la distancia, un búho emitía su canto apaciblemente. De manera siniestra, los árboles se agitaban por la gélida brisa y el mismo chirriar de los grillos parecía burlarse de ellos.
–Realmente no veo para nada necesario esto, Alejandro; maldición, ¡tienes que oírme! –de manera frenética, Katherine comenzó agitar a Alejandro, ya cuando habían perdido de vista a sus compañeros y ya cuando daban algunos pasos tentativos por el caminillo, que sorprendido y levemente temeroso, Alejandro notó que éste tenía un aire pesado, sofocante y muerto a su alrededor, así como bien se veía custodiado por árboles raquíticos y enfermizos. Por descontado, la misma arena parecía marchita, como si le hubiesen chupado la vida. Cosa posible, ya que era un tanto maloliente, como si se estuviese pudriendo.
–¡Cálmate! –gritó, ya exasperado, Alejandro, zarandeando a Katherine de manera cómica, si la situación hubiese sido distinta, porque a leguas era notorio que esta última sacaba por lo menos quince centímetros de altura al rechoncho Alejandro. Así, éste se veía como si estuviese sacudiendo una alta y molesta palmera cargada de cocos, como buscando la manera de tumbarlos a punta de sacudones–. Más te vale que calmes tus puñeteros nervios, porque me estás comenzando a volver loco, ¿entiendes eso? ¡Loco!
–Sí… pero es que…. ¡Por amor a Dios! –Decía frenética Katherine, sobando velozmente sus manos–. Hay algo que no me gusta en todo esto; siento como si alguien viniese acercándose por el camino, y créeme que no es bueno, siento que es algo malo. ¿Ahora tú me entiendes a mí? ¡Algo malo! –sereno, casi piadoso, Alejandro contempló a la chica por algunos segundos, antes de decir en tono tranquilo y despreocupado.
–Si quieres volver, hazlo; no te culparé ni me burlaré de ti. Por todo lo contrario, te aplaudiré y si me lo permites, te besaré, porque el simple hecho de haber entrado aquí con nosotros y todo eso, ya es un logro que ni Diana ni Fernando fueron capaces de intentar; ¡no me interrumpas! –gritó Alejandro, al observar que Katherine abría la bocaza para decir algo–. En lo personal, iré allá a ver qué demonios hay, y así comenzaré a ser respetado mañana y por mucho tiempo en el colegio, cosa que no hacen, y cosa que pienso ganarme a costa de lo que sea. Si eso es entrar a un ala del cementerio que ninguno ha visto nunca, bien, allí iré; y si es de ir solo, pues bien, ¡así lo haré! Por lo tanto, si te place, puedes seguirme, y en su defecto, da media vuelta y vete; yo haré lo mismo, pero por éste camino.
Ignorando a Katherine que ahora lloraba silenciosamente, Alejandro se fue adentrando por el camino abandonado y muerto. Al mirar atrás, Katherine sintió un estremecimiento en su raquítico y largo cuerpo, ya que con tan sólo catorce años, contaba un metro setenta y seis de estatura. Allí, lenta, silenciosa y suavemente, alguien se venía acercando, causando estremecimientos y ataques de desesperación en ella. Si se devolvía en ese instante por el camino hacia las puertas, donde después encontraría la libertad de la calle y su pueblo, estaba convencida que tropezaría de frente con la cosa que ahora estaba más cerca.
¿Pero qué si se iba a través del cementerio, salteando y brincando por encima de los sepulcros? Con toda seguridad lo que viniese ahora mucho más cerca, iba a girar sobre sus talones e iba a perseguirle hasta violarle y quitarle su virginidad, porque sí, era virgen, a pesar de presumir lo contrario, sólo para aparentar absurdamente que era igual de experimentada que todas sus agujereadas, y mal no es decir bien agujereadas compañeras, ya que ni las consideraba amigas; pero en dado caso, si quien viniese acercándose no le violaba, entonces…
–¡No! –exclamó Katherine entre sollozos y corriendo tras Alejandro, que asomando su cabeza por entre las rejas, ya estaba en la otra desconocida ala del cementerio.
–¡Vaya cosas! –Dijo éste de manera graciosa al ver las lágrimas y el aterrado rostro de su compañera–. ¿Qué sucedió? Realmente estaba seguro que te irías.
–¡Pues no! –Le gritó esta en la cara al chico, aún jipiando, llorando y arrojándole saliva en la cara–. No me fui, porque hay algo malo por el camino, ¿y sabes qué? ¡Viene tras nosotros! –Incrédula, burlona y chistosa fue la mirada que arrojó Alejandro a Katherine–. ¿Y sabes qué? –continuó diciendo–. ¡No quiero morir!
–¿Ah? ¿Qué? ¿Crees que nos van a matar? ¿O acaso le tienes miedo a La Muerte?
Inexpresiva y con la mirada perdida quedó Katherine, ya que para su asombro, no era a La Muerte a lo que temía, si no a lo que esta pudiese hacerle a sus compañeros. Cosa extraña, porque su propia seguridad no parecía importarle.
–Es como si de alguna manera…
–¡Claro! –Dijo comprensivo Alejandro, interrumpiendo los murmullos que Katherine decía sin apenas mover sus pálidos labios–. Bueno… Entonces será mejor que ya sabes, caminemos, para que bueno, no nos alcance; así que ven por aquí, éste sitio sí que es verdaderamente extraño.
Aventura en la Noche de Halloween
Ciertamente, así lo era; raquíticos y ennegrecidos árboles yacían por aquí y por allá de manera descuidada, brindándole un aspecto desesperanzado y desahuciado de vida alguna al cementerio, que cubierto de retorcidas, viejas, pálidas y deslustradas lápidas, tanto como erosionadas, sumergidas en oscura tierra, parecía ser, como decía Alejandro, la dulce y cómoda morada de La Muerte, que caminando sin prisa alguna ya había llegado al punto donde los chicos se habían separado.
Tras mirar en ambas direcciones, por donde se había ido la chica de ojos azules, y por la otra donde se había ido la chica de ojos castaños, La Muerte emitió un siseo, despertando así al dormido cementerio. Abriendo los brazos y tras emitir un chillido más parecido a un lamento, La Muerte se transformó en un enorme cuervo, que volando por encima de las tumbas y los árboles fue a caer en el ala más vieja e invisible para los humanos, donde ya los cuatro chicos se habían adentrado bastante.
–“Alesto Pentik, Yurismatus Predarckust, Pilanny Prystto”. ¿Habías oído antes semejantes nombres?
–No –fue la respuesta que dio Pamela a la pregunta de Pablo, mientras con curiosidad, también contemplaba otro grupo de lápidas deterioradas y carcomidas no sólo por los años, sino por la misma intemperie–. Jamás había visto ni oído nombres semejantes, porque de hecho, en el pueblo no hay ni uno solo que pueda parecérsele siquiera. Para ser sincera, esto me da cierto recelo.
–¡Ja! –Exclamó Pablo despectivamente, mirando con brillantes ojos el trasero de Pamela–. Un montón de escoria, desperdicios y estiércol es lo que hay en todo este lugar; ¿vampiros? Que venga a chuparme uno, y que lo haga por mi pito; ¿muertos vivientes? Pues que vengan a comerme; ¿La Muerte? No la veo por ninguna parte, y eso que quiero pedirle un maldito autógrafo; así que esto no es más que un montón de estupidez –arrogante fue la mirada que arrojó Pablo a todo el lugar, como retando a que algo o alguien apareciera, mas la única respuesta que tuvo, fue un fuerte aleteo de algún ave nocturna deambulando por allí, y el sempiterno canto de los grillos resonando en lugares escondidos.
–¿Qué te parece si caminamos hacia el fondo, eh? Veo que aún hay más tumbas por allá –comentó Pamela, adelantándose y tongoneando las escuálidas caderas de las que era dueña, y de las que se sentía orgullosa de llevar.
–¿Ves más tumbas por allá? Que extraño, quizás eso sea por el hecho que estamos en un cementerio.
Una risilla aguda emitió Pamela mientras salteaba algunas tumbas, precaución que Pablo no quiso tomar en cuenta, ya que indiferente, decidió pasar sobre estas sin prestar atención alguna. Así, no notó una descompuesta mano que comenzaba a asomar a través de la tierra.
Al final del cementerio, con lo único que se topó Pamela, fue con una serie de tumbas alineadas a lo ancho de un carcomido paredón, siendo estas tan viejas, que incluso era imposible leer nombre alguno sobre estas. Agachándose y midiendo bien para que su trasero quedara directo hacia Pablo, Pamela quiso saber cómo se llamaba la persona escondida en las profundidades de la tierra, bajo esa vieja lápida de roca tosca.
–Dice algo como “Polaco” o algo parecido –riendo, Pamela sintió la mano de Pablo toqueteándole, pero tranquila, siguió viendo la tumba, sin notar que su propio nombre estaba escrito sobre esta. Si no fuese tan idiota y si no estuviese distraída por la mano quinestésica, al dar vuelta al nombre en la lápida, hubiese evitado el destino que siguió a continuación, pero perdida en su mundo de libídine adolescente, fue incapaz de cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Sin duda alguna algo estaba sucediendo. Lleno de un orgullo y sintiéndose superior a todo, Pablo se sentía el dueño del mundo, sin saber cómo ni porqué; pero ahora, teniendo y estando solo con Pamela, ¿caía mal un rato de diversión? ¡En lo absoluto! El deseo de tenerla, de poseerla, se hacía cada vez más grande, incluso, casi imposible de dominar; pero todo había cambiado a favor, cosa que era de alguna manera alocada, dado que estaban en un cementerio y por ello, la duda se sembraba en su cabeza, si era lo correcto divertirse aquí un rato. Dicha duda duró algunos minutos, hasta que ahora al verla inclinada así sobre esa vieja y estúpida lápida, tiritando y no precisamente de frío, decidió dar el último paso y comenzar a apurar la situación, porque se sentía extrañamente alterado, y por lo visto, las cosas iban más que bien.
Pamela respondía pícaramente, y sin darse cuenta siquiera de cómo ni cuándo, ambos estaban apretados en un abrazo histérico, desenfrenado y convulso, tocando aquí, allá y un poco más allá; al cabo de algunos instantes y sentándose sobre la lápida que Pamela supuestamente analizaba, ambos comenzaron a pasar a otro tipo de juegos más serios y más comprometedores, pero antes de que pudiesen comenzar algo con todas las de la ley, sucedió lo ya inevitable.
Con notable y asqueroso, casi nauseabundo desespero, Pablo besaba el cuello de Pamela de donde parecía estar succionando la sangre, viéndose ya varios chupones negruzcos, cuando líquido y caliente, algo comenzó a rodar por sus piernas. Ignorándolo en un principio, Pablo siguió en su repugnante desespero hasta que fue imposible restar atención a la líquida sensación. Mejor sería averiguar qué sucedía. Tocando sus propias piernas, se llevó las puntas de los dedos a la nariz, para oler así lo que sea que tuviese allí; asqueado, notó que era una igualmente asquerosa orina, que sin duda alguna, y al mirar la entrepierna de esta, claro como el agua, ya que no como la orina, esta venía de ella, la vagina de Pamela.
Quiso amonestarla por esto, para después castigarla de alguna manera poco respetuosa, mas al contemplar su rostro pálido, sus facciones alteradas, sus ojos abiertos enormemente y el terror reflejado en estos, él no pudo menos de sentirse igual.
–¿Qué? ¡Pamela! ¿Estás bien? ¿Qué te sucede? –pero esta sólo movió los labios sin pronunciar palabra alguna, cosa que desesperó a Pablo y ya cuando iba a zarandearla para hacerla reaccionar, los vellos de su nuca se erizaron, su corazón se aceleró casi al máximo de su capacidad, y también aterrado, lenta pero de manera segura, comenzó a girar la cabeza hacia atrás, al punto donde Pamela mantenía fijo sus ojos, y al punto de donde había salido el siseo que le había hecho aterrarse.
Allí, para algo más que su consternación y a escasos centímetros de su rostro, justo donde hace minutos, o bien podrían ser horas o semanas, había dicho que le hubiese gustado ver el rostro de La Muerte, allí, una calavera le mostraba sus carcomidos dientes y su eterna sonrisa. Donde vacías estaban sus cuencas, dos puntos rojos en lo más profundo de la calavera le miraban atentamente, o a menos algo así podemos deducir, porque al no tener músculos ni piel alguna en su rostro, La Muerte simplemente era la pura imagen de la inexpresión, si es que no tomamos en cuenta su sempiterna sonrisa malévola o sardónica, como gusten ver de ella.
Aventura en la Noche de Halloween
Desgarrador, hiriente, aterrador, doloroso, así fue el grito que se escapó de la garganta de Pablo, ya que sin previo aviso La Muerte se arrojó contra él rodeada de esa desesperante aura, para pegar su frívola calavera contra su rostro y arrancarle con un sonoro crujido la nariz con sus carcomidos dientes.
Chillando de miedo, Pamela se dio media vuelta tras haberse levantado del suelo, deseos sexuales así como su ropa interior habían quedado en el rincón de los olvidos, o si a bien tenemos, en el siniestro cementerio, y emprendiendo una tambaleante y estúpida carrera, tanto como torpe, arrancó la huida a través de las lápidas, donde la arena que las cubría comenzaba a moverse siniestramente. En pos de ella, iba aún dando gritos de dolor y pánico Pablo, tropezando y cayendo a cada instante en el suelo, y gracias sean dadas a La Muerte que bien hizo en arrancarle la nariz, porque de lo contrario, ya se la hubiese partido al menos cinco veces.
Una mano fuerte se aferró al tobillo de Pamela, haciendo que esta se tambalease para luego caer de cara al suelo, chillando de desesperación y agitando histéricamente sus piernas. Una piedra se había clavado en su rodilla y su barbilla había dado contra una lápida, de donde comenzaba asomar una mano cubierta con un podrido guante; para su alivio y posiblemente el nuestro, Pamela no vio dicha mano, a menos no de momento.
Al mirar hacia atrás, renovados gritos estallaron en el cementerio, ya que aterrada, Pamela vio como manos pálidas y cubiertas de arena, así como de gusanos salían del suelo, tanteando su superficie como si de comida se tratase; una de estas le sujetó el cabello y otra enguantada intentó sin éxito apretar su garganta. Poniéndose en pie y corriendo una vez más sin dejar de chillar como si de una sirena se tratase, Pamela emprendió una carrera, que viéndose interrumpida tras chocar su pie contra una retorcida y pequeña cruz, permitió que cayese por tierra una vez más, tragando buena parte de la misma en esta ocasión; pero casi al instante de haber caído, una persona la tomó por los cabellos y jalando de estos con una considerable y brusca fuerza la puso en pie, y sea lo que la levantó de manera poco sutil, ahora enrolló sus brazos alrededor de su vientre, pegó su cara contra su mejilla y le puso un flácido pene contra su absorbido trasero.
–¡Corre, Pamela! ¡Corre! –gritó roncamente Pablo, desesperado y aterrorizado–. ¡Dios nos ayude, es La Muerte!
Fría, helada y mortal, la punta de una hoja pasó por la espalda de Pamela, abriendo una herida que de inmediato comenzó a sangrar copiosamente. Llorando y con el rostro lleno de tierra y algunos raspones, Pamela se dio vuelta para ver de cara en primera instancia a Pablo, que pálido y sin aliento, la miraba a escasos centímetros. Tras él, La Muerte, con hoz en mano, le miraba atentamente, como si se deleitara inexpresivamente en una interesante escena.
A pasos lentos y medidos, aun llorando y aterrada casi hasta el punto de la locura, Pamela comenzó a retroceder. En lugar de seguirle, Pablo le miró desesperado y suplicante; una delgada línea de sangre comenzó a extenderse desde su frente, y no paró de descender por la mitad de su rostro, hasta perderse de vista por el cuello de la camisa. Tentativamente, Pablo extendió una mano hacia Pamela, mas al dar un paso hacia adelante, un grito que con simples palabras es imposible describir escapó de la garganta de la chica, ya que dividiéndose en dos, Pablo cayó muerto en el suelo, regando con su sangre la seca y muerta arena, y adornando la misma con sus órganos.
Dándose media vuelta y sin siquiera ver por dónde iba, la chica emprendió una desesperada carrera que la llevó a estrellarse de frente varios metros adelante contra una alta cruz, partiéndose los labios y volándose tres dientes, para después tragarse un cuarto diente y aunque no lo sentía, también era grande el trozo de lengua que se mordió. Aturdida volvió a colocarse en pie para emprender otra vez una desesperada huida, pero con el frío de la muerte, una esquelética mano le sujetó por un brazo y levantándola del suelo con una fuerza casi inimaginable, la hizo volar por los aires. Cayendo con fuerza sobre una lápida y partiéndose así un brazo; mil gritos de auxilio, socorro y súplicas atravesaron infaustos la noche, pero para ella, todo había acabado.
Aventura en la Noche de Halloween
Tiritando de frío y nervios, Katherine seguía tan de cerca a Alejandro, que poco faltaba para que le sacara los zapatos con calcetines incluidos.
–¿Alguna vez has visto nombres semejantes? –preguntó con interés Alejandro, viendo las tumbas a su alrededor–. Pitrammo Balardkilla. Amilery Krideront. Alibbedumma Dumma Dum… mierda, ese suena un tanto cómico.
–¿Estás loco? Por supuesto que jamás he oído semejantes nombres, porque simplemente, no hay nadie que los lleve en nuestro pueblo y más aún, cuando ahora estoy convencida que esta parte del cementerio permaneció siempre oculta para la gente. Es demasiado antiguo y esos nombres son iguales.
–Vamos, mujer, no es para tanto; reconozco que es algo extraño y todo lo demás, pero, ¿al punto de ser así como dices? En lo personal, no lo creo –en ese instante, ambos oyeron un aleteo por encima de sus cabezas; sin embargo sus ojos nada pudieron ver al escudriñar con estos la noche y la pálida luna, allá en lo alto. Un estremecimiento nervioso recorrió el cuerpo de Katherine… estaba convencida de que algo no andaba mal, si no jodidamente mal, porque no es poco decir que hasta los vellos de su trasero se le estaban erizando con el mal presagio que sentía a su alrededor, en la brisa, e incluso, en la misma pálida luna.
–¿Estás contento ya con tu búsqueda? Porque lo que soy yo sí, y para ser sincera, me parecería razonable irnos de aquí –sonriendo y negando con la cabeza, Alejandro respondió.
–Vamos, Katherine, jamás superarás a Vanessa, pero si eres una de las que más carácter tiene entre nosotros, raro me parece que estés en ese estado de ánimo, cuando yo me siento tan vivo, tan alegre y tan curioso; yo, que siempre he sido el motivo de burla y el hazmerreír de todos –pero en ese instante, sus palabras se vieron interrumpidas cuando ambos chicos, por igual, oyeron el lamento de alguien, por allá a su mano derecha y en lo profundo del cementerio.
–¿Oíste eso? –Preguntó Katherine con las mandíbulas fuertemente apretadas y tiesas como un tronco–. No sonó muy bonito que digamos.
Pálido, pero por lo demás sereno y curioso, Alejandro miraba en la dirección de donde una vez más, fue renovado el lamento.
–No suena para nada bonito, pero sí muy interesante –aterrada, casi al borde de la histeria, Katherine vio como Alejandro se adentraba más en la dirección por donde sonaba el lamento. Mil gestos ignorados y mil palabras que jamás salieron de su boca hizo con la esperanza que Alejandro se detuviese, pero en lugar de ello, el joven sólo se adentró más aún.
Alcanzado el final del cementerio, ambos chicos se detuvieron prestando oído atento a cualquier ruido. La una con la esperanza de que no sonara nada, el otro, con la esperanza de ver algo fuera de lo común; la excepción fue cuando fueron barridos por una gélida brisa que parecía murmurar, incluso lamentarse de algo.
–Bueno, nada suena y nada se ve, si exceptuamos lo ya visto y lo ya oído, ¡así que por qué no seguimos mi razonamiento y nos largamos de aquí! –espetó Katherine a Alejandro, el cual no pudo menos que sorprenderse ante el suplicante y desesperado tono de su amiga, que ahora abrazándole, apoyaba el lloroso rostro contra su coronilla, ya que él apenas si le llegaba al pecho, que notó, era huesudo, sí, de eso no cabía duda alguna, pero también era cálido, reconfortante y cómodo.
–Vamos, mujer, no es para tanto; sólo es un viejo y olvidado cementerio; ¿lo ves? –Agregó, dando una vuelta sobre sí mismo y tomando la mano gélida y sudorosa de Katherine–. Todo está tranquilo, silencioso y sereno, y con toda seguridad, nuestros amigos están igual.
Pero en ese instante y haciendo que Alejandro se tragara sus palabras, un grito atravesó la noche, desgarrando de cierta manera la misma, y despertando los interfectos dueños de todo cuanto les rodeaba.
–¡Oh, mierda! –Exclamó aterrada Katherine renovando su ya calmado llanto–. ¡Son Pablo y Pamela! ¡Gritan aterrados y adoloridos! –petrificado y anclado en el suelo con el vacío del pánico en el rostro, Alejandro permanecía con la boca abierta y una línea de baba saliendo de esta. Renovados gritos estallaron en la noche mientras Katherine se arrancaba manojos de cabello, y tras mirar el estúpido semblante de Alejandro, esta pareció calmarse y estabilizarse, y para hacer lo mismo con Alejandro, arrojó tal bofetada contra él, que poco faltó para dejarlo inconsciente en el suelo.
–¡Por Dios Santo, reacciona, grandísimo y asqueroso cerdo! Tenemos que irnos lo antes posible. Algo anda mal en todo esto –tomando al chico por la mano, Katherine emprendió su desesperada y anhelada carrera hacia la posible seguridad que pudiese darle las afueras del cementerio, o bien las calles de su pueblo, porque intentar o probar alguna manera de conseguir, ayudar, incluso buscar a sus compañeros, Katherine estaba cierta y sin saber por qué, que esto sería una tontería, que sólo le llevaría más rápido a la muerte de ella y Alejandro, por lo tanto, mejor huir y salvar sus traseros mientras pudiesen hacerlo; pero esto no podía suceder sin que La Muerte pusiese obstáculos en su camino, para divertirse un poco más de lo acostumbrado esta noche.
Como si de explosiones se tratase, la tierra a su alrededor comenzó a levantarse a considerable altura, dejando grandes hoyos en el suelo de donde comenzaron a salir figuras esqueléticas que crujían a cada movimiento, y que estaban vestidas con ropas hechas jirones. Gritos aterrados se escaparon de la garganta de Alejandro, pero por todo lo contrario, de Katherine se apoderó un instinto de supervivencia y protección que jamás pudo saber de dónde salió.
Fácil era quitar del medio los esqueletos vivientes, ya que encontrándose en un gran estado de deterioro, tan sólo un puñetazo, un puntapié o un empujón les desarmaba de inmediato o bien les hacía volverse polvo. Cosa verdaderamente buena, porque de haber sido sólidos sus huesos, o bien muertos con músculos que aún tuviesen fuerza para apretar, con toda seguridad, ya estuviese apresada junto con Alejandro por el lindo ejército de muertos, porque no es que precisamente fuese fuerte y menos aún tenía arma alguna con que defenderse.
Aventura en la Noche de Halloween
Ya en mitad del cementerio y aun siendo seguidos por los viejos esqueletos, Katherine se vio obligada a detenerse de golpe y dar un patinazo, al oír en la distancia un grito que le congeló en el sitio.
–¡Pamela! –murmuró con lágrimas en los ojos, pero de inmediato tuvo que ponerse en marcha, ya que algunas manos huesudas se cerraban en sus brazos y garganta.
Con un rápido y hábil movimiento y quitándose de encima los esqueletos mal olientes, emprendió una vez más su carrera, aún arrastrando a un aterrado y sucio Alejandro; mas a mitad de camino, una presencia que Katherine reconoció de inmediato, venía por ellos a su lado derecho. Escondiendo Alejandro tras de sí, Katherine esperó tranquilamente lo que fuese a salir de allí; pero de las tinieblas que les rodeaba, sólo venía un objeto volando, que para poder evitarlo, Katherine se agachó velozmente, rodando sobre si misma varios metros, pero para su terror, la cosa golpeó el pecho y rostro de Alejandro.
Consternada, observó el ensangrentado rostro y pecho de Alejandro, mas al detallar lo que éste tenía en sus manos, un grito de terror y miseria atravesó como cuchillos el aire que les rodeaba. La cabeza de Pablo, dividida en dos, yacía entre las temblorosas manos de Alejandro, que mirándolas sin reconocerlas al parecer, no hacía gesto ni movimiento siquiera para intentar arrojarla al suelo, o mejor sería aún si lo hiciera metros o kilómetros a la distancia. Para cuando levantó su petrificado rostro, ya era demasiado tarde.
Saltando con gran agilidad, La Muerte se abalanzó contra él, que mirándola estúpidamente, sólo pudo murmurar con voz aguda, temblorosa y apagada:
–¡La muerte! –aunque quiso impedir lo que sabía sucedería, ya los segundos estaban contados y así se moviese con la velocidad del rayo, La Muerte parecía hacerlo más rápidamente aún.
Espantada, Katherine vio cuando La Muerte, tras dar un último salto, se plantó frente a Alejandro, el que aún la miraba estúpidamente. Intentó abrir la boca para gritar una advertencia, mas no pudo emitir sonido ante lo que sucedió.
Como haciendo alguna acrobacia compleja con la hoz, La Muerte la hizo girar con alarmante velocidad entre sus manos, haciendo que Alejandro volara hecho un picadillo por los aires y en mil direcciones distintas.
Gritando, Katherine comprendió lo que sucedía. Atraída por sus gritos, La Muerte se giró a contemplarla; así y por un breve instante, ambas figuras se observaron fijamente.
La delgada y alta figura de Katherine, con sus ojos azules, su cabello castaño enmarañado y despeinado; delgada hasta parecerse a una lejana hermana de La Muerte, aunque a pesar de ello, Katherine con su piel pálida y ojos azules, simplemente era atractiva como ella sola podría serlo. Frente a ella, de dos metros y medio y con una hoz ligeramente más alta que ella, embozada en capa y capucha negra, los ojos vacíos y cara esquelética, La Muerte contempló a Katherine “para analizarme”, pensó esta no sin cierto aire de diversión al hacerlo; antes de arrojarse contra ella, un extraño siseo se escapó de la figura encapuchada, pero semejante a una gacela, Katherine evitó por centímetros el fatal golpe de la hoz, que fue a estrellarse contra un viejo esqueleto recostado contra un árbol, que también, como el esqueleto voló por los aires hecho un montón de picadillo.
Sin llorar y sintiéndose más viva que nunca, emprendió una nueva carrera hacia el tortuoso caminillo que tan fatal destino les deparó.
Al llegar a la desvencijada verja, Katherine aún corriendo la haló tras de sí, cerrándose esta con un fuerte chocar metálico, mas de inmediato, la misma verja saltó hecha picadillo de su sitio, ya que denotando su agilidad, La Muerte la había hecho desaparecer, así como los magos lo hacen con pañuelos, cartas y conejos, pero aquí, la magia era mortalmente real. Al cerrar la segunda verja junto a la capilla vieja y metálica, sintiendo un fuerte dolor en un costado, Katherine se arrojó hacia el camino central, no sin antes ser acometida por una lluvia de esquirlas de metal, ya que La Muerte había hecho volar por las nubes la segunda verja.
Llegando al cruce de los caminos en el cementerio, Katherine aceleró su carrera con la esperanza de llegar lo antes posible a las puertas dobles y dejar atrás a La Muerte, pero aquí y dada la situación de estrés y tensión en que se encontraba, a esta nunca se le pasó por la mente como demonios abriría dichas puertas.
Apenas si había dado una docena de pasos cuando chocando de frente contra un cuerpo que la llenó de una cálida y pegajosa sangre cayó por el suelo, evitando el fatal golpe de la hoz por poco, ya que girando sobre sí al escuchar los fuertes pasos de La Muerte, en lugar de clavetear su cabeza en el suelo, la hoz había hecho un limpio agujero en las baldosas de éste. Poniéndose en pie y dando varios saltos para quedar a buena distancia de La Muerte, Katherine se volteó a verla, para ver en lugar de ella, una imagen horrorosa que de inmediato la dejó sin aire alguno, como si sus pulmones se hubiesen cerrado de golpe.
Cubierta de sangre, tierra y musgo, con un brazo bamboleándose inerte de un lado a otro, con la ropa hecha jirones y con el rostro simplemente fuera de sí, Pamela yacía de rodillas en el suelo, mirando aterrada, ya que no hay palabra alguna para definir mejor su expresión, miraba a Katherine sin verla. A su lado, La Muerte le contemplaba con lo que puede tomarse como interés, hasta que con una fuerza inhumana, esta sujetó a Pamela por la cintura como si de un bebé largurucho se tratara; luego y con gran agilidad, La Muerte la mandó a volar por los aires.
Serían diez, quince o veinte, puede que incluso treinta metros los que Pamela voló siempre en línea casi vertical; dando vueltas como un monigote grotesco, Pamela comenzó a descender teniendo como destino final ir a caer sentada sobre una cruz, que luego de partir su pelvis y tras perder la cruz ambos brazos, su punta terminó por asomarse en el hombro derecho de Pamela, quedando esta como el espantapájaros más horrendo que imaginación alguna pudiese recrear.
Sintiéndose desfallecer y sin poder gritar, ni llorar, porque en tal estado de shock se encontraba Katherine, que incluso su mente no decidía qué hacer; mas para esto, fue por último su propia vida lo que le hizo tomar la decisión de no llorar ni gritar, menos aún desmayar, sino por todo lo contrario, correr hasta más no poder. La Muerte tenía en sus manos su terrible hoz y arrojándose sobre ella buscaba picarla como hizo con Alejandro, mas quitándose a un lado, en lugar de hacer trizas a Katherine, la hoz de La Muerte hizo añicos una capillita entera, ángeles de piedra junto con esta, y de acompañamiento, restos de un ataúd con muerto incluido.
Era imposible continuar por el caminillo central, ya que si lo tomaba, fácil sería para La Muerte darle alcance y mandarla al fondo de los infiernos, o a volar por los aires como Pamela, por lo tanto, Katherine emprendió su carrera por entre las tumbas, pareciéndose la misma a un maratón con mil obstáculos.
Aventura en la Noche de Halloween
Trozos de piedra, partes de cruces, alas y cabezas de ángeles pasaban junto a ella, ya que el fatal golpe de la hoz, intentando de manera desesperada alcanzar a su víctima, al fallar, golpeaba lo que estuviese en su camino, así, ya había demolido buena parte del cementerio, y aún no lograba alcanzar a la alta y ágil Katherine. Sin embargo esto no podría durar por siempre, y con tantos obstáculos, pronto es de esperarse que tropezando con el borde oculto de una roca, Katherine cayera por tierra; mas gracias sean dadas a Dios y a los ángeles, ya que al caer sobre una lápida, lo que le produjo grandes arañazos en rodillas y manos, en lugar de quedarse en esa postura, rápidamente giró evitando el golpe que abrió en dos la lápida y dejó expuesto el podrido cuerpo de un niño, que lentamente, comenzó a salir de su ataúd, intento fallido, porque furiosa, la muerte arrojó su hoz contra él, mandándolo de regreso al lugar del descanso eterno… O al menos, lo poco que subsistió del niño.
Temblando de manera incontrolable, sudando copiosamente a pesar del frío que sentía; con los ojos abiertos y el corazón yendo a todo galope, a gachas se desplazaba Katherine por entre montones de ángeles de mármol y roca pulida, cuando estos volaron desechos por los aires, sacándole un grito de pánico y revelando el lugar donde se ocultaba. Siseando como una serpiente, La Muerte demostró su agrado al ver la encorvada forma de Katherine, llorosa, arrebujada en el suelo y sujetando algo entre sus temblorosas manos. Con agilidad y admirable rapidez, al ponerse en pie y arrojándola con todas sus fuerzas, dicha cosa, que no era más que la cabeza de uno de los ángeles, fue a embutirse con un sonoro crujido en la calavera de La Muerte.
Indignada, La Muerte cayó hacia atrás, con la cabeza del ángel incrustada en su calavera casi como una injuria. La esperanza y el júbilo por igual subieron en grandes oleadas por el cuerpo de Katherine, inundando su espíritu y mente, y haciéndole desaparecer por algunos instantes el dolor que sentía; pero de inmediato, y como quebrado por la cabeza de un ángel de piedra, todo esto se desvaneció, ya que una vez más, La Muerte volvía a ponerse en pie, para luego, de manera indiferente, sacarse la cabeza del ángel y arrojarla descuidadamente a un lado.
Un agujero negro quedó en el sitio donde había impactado dicha cabeza, mas al agacharse La Muerte a recoger su hoz y tras volver a enderezarse, el agujero había desaparecido y una vez más la calavera de La Muerte estaba intacta, destruyendo por completo las esperanzas de salir con vida de todo esto. Chasqueando los dientes para demostrar su desacuerdo con lo que había hecho la chica, con más ímpetu La Muerte se arrojó contra Katherine, que arrojando un chillido de frustración y pánico, dio media vuelta, para emprender una desesperada huida.
Con un gran corte en su espalda que había ganado tras chocar de frente contra una virgen, cosa que le había causado perder un poco el equilibrio, pero tras restaurarse con rapidez y dar un salto adelante, había evitado por poco ser picada en dos; en lugar de ello, la punta de la hoz había hecho otro largo corte de lado a lado en su espalda; corte que ahora sangraba copiosamente, pero que gracias a Dios no era impedimento para seguir corriendo, más aún cuando ahora corría a través del camino central, donde varios metros por delante de sí, se veían las grises puertas dobles del cementerio.
Con un estallido de cruces, capillas, ángeles y roca demolida, La Muerte salió al camino llevando entre sus brazos una enorme lápida; una vez llegada a la puerta y sin saber por qué, Katherine se agachó, justo a tiempo para evitar ser golpeada por la enorme lápida que La Muerte había arrojado contra ella en un intento desesperado por detener su carrera.
En una lluvia de bisagras, tablones y astillas, así como también de cascotes arrancados de la pared, las puertas dobles desaparecieron del sitio al recibir el vigoroso golpe de la pesada lápida; arrojando un último vistazo por encima de su hombro, Katherine contempló como La Muerte se lanzaba contra ella, con un gran destello de maldad en los puntos rojos que habían aparecido en las cuencas vacías. Largo fue el salto que dio Katherine de espaldas hacia la calle frente al cementerio, ya que le fue imposible ponerse en pie, pero no lo suficientemente largo como para evitar que la hoz de La Muerte se clavara en su pecho.
Con un último chillido de furia y luego de haber atravesado el destruido umbral del cementerio, La Muerte estalló en cientos de murciélagos que revolotearon por algunos instantes encima del cuerpo de Katherine, que yaciendo boca arriba, tenía la palidez de la luna reflejada en sus azules ojos. Riendo burlonamente contempló como los murciélagos se alejaban indignados hacia el oscuro cielo.
–Bien, al final de cuentas te desvaneciste primero que yo, amiga Muerte, por lo que fui yo quien ganó la apuesta, maldita cosa horrible –aún con la sonrisa en los labios, Katherine vio la luna antes de que dos gruesas lágrimas se deslizaran por sus sucias y ensangrentadas mejillas. Después cerró apaciblemente los ojos para dar un largo y agonizante suspiro.
Un búho emitió un canto a la distancia y algunas nubes ensombrecieron la luna; la neblina comenzó a dispersarse lentamente y el cementerio volvió a caer una vez más en su prolongado y eterno sueño.
–¡Otra gallinita más! –Exclamó burlonamente Vanessa, luego que Pipo (un chico disfrazado de vampiro que tenía quince años y que llevaba por nombre de pila Orlando) hiciera presente sus temores acerca de la empresa que estaban emprendiendo–. ¿También piensas ir a comerte una hermanita tuya? Lo que es igual decir, ¿una gallina?
–¡Por supuesto que no! –Exclamó furioso éste, mirando coléricamente a Vanessa–. Maldito si sé qué diablos encontraremos si seguimos adelante, pero la sensación que tengo no es para nada agradable. Es como… Como si…
–¿Tuvieses una abundante cantidad de mierda en tu trasero? –preguntó irónico Gustavo, para después agregar–. Eso no es una extraña sensación; en realidad, es el claro indicio de lo aterrado que estás –a su alrededor, todos estallaron en sonoras carcajadas.
Hacía cinco minutos que habían llegado al Cruce del Ahorcado; tiempo durante el cual contemplaron y rumoraron bastante acerca del sujeto que de allí se colgó, y suceso que dio tan retorcido nombre al cruce.
–Bien –agregó entusiasmado Gustavo, contemplando un extraño cruce entre zarzas, enredaderas, sotillo y musgo que yacían junto al famoso árbol del ahorcado–, bien… bien…. Muy bien; si la cosa es cierta, las rejas principales, ya saben, lo que sería el portón de entrada debe estar justo allí, donde está ese retorcijo de zarzas y demás, que como bien podrán ver, alcanza fácilmente los tres metros de altura, y que si lo detallamos más aún, puede verse la forma de un portón.
–¡Lindo en verdad! –Habló roncamente Carolina, la chica regordeta–. No sé tú, pero lo que soy yo, no pienso ni quiero en lo más mínimo destrozarme las manos con todo ese montón de zarzales. Ahora, si hay algún voluntario que quiera hacerlo, gustosa seguiré adelante luego que el camino se encuentre despejado.
–Perra –murmuró por lo bajo Gustavo, adelantándose hasta los zarzales–. Bien, hay dos hombres más aparte de mi persona, y si son lo opuesto a un hombre, se pueden quedar allí de pie junto a las chicas, viendo como un verdadero hombre hace un trabajo igualmente varonil –mascullando mil improperios por lo bajo, Pipo, junto a Xavier, se adelantaron para unirse a Gustavo, que ya con un par de arañazos comenzaba a maldecir en murmullos apagados.
–¡Lindo, lindo en realidad! –Exclamó Vanessa de manera irascible cuando en medio de los espinos y musgo comenzó a hacerse patente las oxidadas rejas de un antiguo portón–. Ahora sí que me estoy creyendo el cuento de la vieja casa y el viejo loco.
–Ja, ja, já, eso es buenísimo, pero lo que es a mí, me parece algo extraño todo esto; jamás había oído hablar de esa chiflada mansión y su loco dueño –Vanessa miró detenidamente a Claudia por algunos segundos, para luego agregar de manera subversiva.
–¿No me digas que te estás llenando de suciedad la ropa interior, o sí?
–De ser así, es mi problema, no el tuyo.
Claudia no se tomó la molestia siquiera de mirar a Vanessa al decir esto, ya que lo consideraba una verdadera pérdida de tiempo. Por lo contrario, decidió que era más interesante ver el trabajo de los chicos, que si bien maldecían a cada instante por la cantidad de zarzales y espinos que encantados les rasguñaban y pinchaban, ya habían despejado una buena parte del portón por donde se veía tras él un viejo camino cubierto de altos sotillos. A la distancia y recortada contra el oscuro cielo, subida a la cima de un montículo que podría tomarse como un cerro bastante pequeño, se veía la sombra de una vieja, deteriorada y atemorizante mansión.
–¡Bien! –exclamó Gustavo, mientras hacía chasquear su columna vertebral–. Al fin despejado el puñetero portón de la puñetera mansión, ¡y fíjense qué lindo camino hay tras él! Con toda seguridad, lo que menos haré será despejar ese camino para las damas aquí presentes, porque habrán unos cien o quizás ciento cincuenta metros hasta el frente de la mansión, y alto es el sotillo que se levanta en todo ese trayecto.
–Y por más alto que sea igual iremos por allí –adelantándose hasta situarse junto a Gustavo, Vanessa analizó por unos breves instantes el camino, mientras los demás chicos a sus espaldas miraban desconfiados tanto el portón como el camino, y más aún a la mansión a la que éste llevaba.
–¡Va! Lo mejor será que movamos el trasero y abramos ese portón, porque ya me estoy empezando a aburrir –la regordeta Carolina bebió de un solo y corto trago media botella de cerveza, para luego eructar con un sonido bajo y profundo. Después sacó un cigarrillo, que empezó a fumar al instante.
–Creo que Carolina está un poco activa hoy –señaló Gustavo, mirándola interesado–. Lo mejor entonces será abrir éste portón y luego ir allá.
–Eso suena perfecto, pero mi pregunta es, ¿cómo abriremos el portón? –Con la nariz casi pegada a éste, Xavier contemplaba detenidamente la enorme y antigua cerradura del viejo portón, donde debía encajar una llave de por lo menos quince centímetros de diámetro–. Es una cerradura muy antigua, y conseguir bien sea una llave o alguna herramienta que nos pueda servir para forzarla, yo lo encuentro bastante difícil.
–Yo igual, pero para eso tenemos unas piernas y unos brazos que, con la ayuda de estos buenos caballeros, nos servirá a las mil maravillas para ayudarnos a subir y pasar por encima de este obtuso portón –como para dar más fuerza a sus palabras, Vanessa pateó con fuerza el viejo portón, que para su asombro y el de los presentes, que no tardaron en dar varios pasos atrás y soltar gritillos las mujeres y exclamaciones los hombres, con un sonoro y siniestro chirriar de goznes oxidados comenzó abrirse lentamente, develando el tétrico camino.
–Bueno, eso soluciona mucho mejor las cosas, ¿no les parece? –Vanessa hizo un encogimiento de hombros al decir esto, para luego encaminarse con sigilo por el camino.
–¡No! –exclamó Pipo con una voz que mal diremos si era la suya propia, ya que parecía estar una octava por encima de su tono habitual–. ¿Acaso te has vuelto loca? No sabes qué hay por allá, y cierto es decir que ninguno de nosotros lo sabe, pero no te adelantes así.
–¡Ah! –Respondió despectivamente Vanessa, al tiempo que sacaba una nueva y caliente botella de cerveza–. Realmente eres otra gallinita más, como Fernando y nuestra ramera Diana; ¿tienes miedo?
–¡No! –Respondió con un sonoro grito Pipo–. Por supuesto que no, sólo que deberíamos tener un poco de cuidado; pueden haber serpientes, o qué sé yo…
–¿Fantasmas? –Preguntó incrédula Carolina, arrojándole una gran bocanada de humo al rostro, cosa que le causó escozor en la mirada–. Amigo Pipo, si eres tan cobarde como para hacer lo que tú ya sabes, estoy segura en creer que también lo eres para entrar a esta mansión –estridente e irritante fue la risa que soltaron los presentes, ya que Pipo había quedado más que humillado. Carolina, Vanessa, Xavier, tomado de la mano con Claudia y Gustavo tras ellos, entraron en el camino aún riendo y haciendo mil morisquetas grotescas a Pipo, donde las más obscenas provenían de Vanessa, el cual se había quedado como sembrado en la tierra, allí, en el mismo sitio donde Carolina le había…. Bien… Le había llamado gay y cobarde.
–¡Bien! ¡Ojalá y se mueran allí dentro! –gritó hasta quedarse sin aliento Pipo, ya cuando los demás chicos habían cubierto buena parte del tortuoso y cubierto de sotillo camino. Respondiéndole y arrojándole una botella, Carolina gritó:
–¡Veremos quien muere primero, cerdo inmundo!
–¡Va! Si muero primero te esperaré para llevarte conmigo, ¿oíste? ¡Te esperaré, soberana puta!
–¡Tu mami deberá lavarte la bocaza con detergente en polvo!
Riendo tras decir esto, Vanessa prosiguió su camino dejando a Pipo desahogarse por varios minutos hasta que agotado, éste decidió que ya estaba bueno de insultos por esa noche. Lo mejor ahora sería irse a su hogar y comer algo, porque el estómago realmente, más que gruñir y pedir, gritaba que le alimentaran lo antes posible. Ya cuando se iba a dar vuelta para emprender el camino hacia su pueblo, un movimiento en la esquina de su ojo derecho le hizo darse vuelta bruscamente; pero allí, donde por un instante creyó ver el cuerpo ahorcado de un sujeto, justo en el famoso “Árbol del Ahorcado”, (bonita coincidencia) no había absolutamente nada.
–Ajá… Bien bueno, lindo chiste, señor ahorcado, pero déjeme decirle que no causa nada de gracia… absolutamente ninguna.
Aventura en la Noche de Halloween
Dándose vuelta y echando un último vistazo atrás, por si acaso volvía a llenar su campo visual alguna aparición, mas al no suceder esto, lo que realmente le tranquilizó, se fue yendo en diagonal por la negra y desierta carretera, que ahora notó, no había pasado por ella ningún auto desde que ellos habían llegado allí, cosa extraña en realidad. Pipo prosiguió su camino hacia la anhelada cena en su hogar, y hacia su enfrentamiento con La Muerte.
Tras cubrir la mitad de la distancia, aún yendo por el centro de la carretera, Pipo se vio obligado a dar un grito de espanto y darse con brusquedad media vuelta, cuando alguien vociferó con estridencia su nombre al oído, cubriendo su oreja derecha con un cálido aliento y asfixiando su nariz y pulmones con su fetidez.
No obstante allí, donde seguro estaba de conseguir alguna figura descompuesta y exuberante de muerte así como de miedo mirándole a escasos centímetros de su rostro, sus ojos nada pudieron ver, excepto la oscura calzada, el viejo árbol del ahorcado metros más allá, y ahora un cerrado portón. Cuando comenzó a preguntarse cómo, o quien había cerrado dicho portón, ya que no había el mínimo rastro de ninguno de sus compañeros, las luces de un auto que se aproximaba a sus espaldas iluminaron la calzada, obligándole a darse vuelta con brusquedad, y ante lo que vio, lo único que pudo hacer fue quedarse allí petrificado de miedo con la boca abierta y los ojos de igual forma.
Un auto color negro, con toda apariencia de ser un coche fúnebre, venía deslizándose por la calzada, mas su conductor debía estar en un alto grado de borrachera, ya que venía pasando de manera casi lunática de un carril a otro sin prestar siquiera atención a lo que hacía. Al menos, esto era lo que se decía Pipo en los breves instantes en que vio el coche de color negro; no obstante y al observar quien venía al volante de éste, un grito de terror atravesó la noche, lo que hizo levantar el vuelo a un grupo de cuervos que se habían agrupado en el “Árbol del Ahorcado”, así como también hizo que levantaran el vuelo algunos murciélagos que reposaban apaciblemente en los demás árboles circundantes.
Blanco era su rostro, como el iris de sus ojos; de su boca salían largos hilillos amarillentos de baba como también de su nariz se asomaban alegremente algunos gusanos; la locura era expedida en cada milímetro del rostro demencial que venía al volante del funesto coche, el cual, con un sonoro chillido de neumáticos se abalanzó contra Pipo, que aún yacía petrificado y congelado sobre la línea divisoria de la carretera.
Seco fue el sonido que produjo el cuerpo al ser impactado con violencia; un chirriar de neumáticos opacó dicho sonido mientras uno de cristales rotos les hizo compañía, ya que Pipo se había estrellado contra el parabrisas del auto. Frenando con un nuevo chirriar de neumáticos, el cuerpo de Pipo salió rodando por el suelo, yendo a detenerse unos diez metros adelante, frente a la entrada de la mansión.
Llorando, intentó moverse o levantarse, mas al intentar hacerlo, lo único que realmente pudo hacer fue gritar con fuerza y desesperación, ya que su columna, así como sus piernas y algunas costillas se habían fracturado, produciéndole dolores agonizantes y desesperantes. Volteando su ensangrentado rostro hacia el sitio donde aún estaba, aunque ahora rodeado por una densa capa de humo que salía de los neumáticos, el auto con su enloquecido conductor, Pipo se sintió desfallecer más aún, si es que esto era posible dado su estado.
Una sonrisa desdentada, donde aún quedaban algunos dientes negros y putrefactos, le arrojaba con remarcada demencia el loco conductor al aterrado, adolorido y desahuciado Pipo, pareciéndose más a la burla de un demonio, y mostrándose ante él como algo superior, un ser que le tenía amordazado y dominado, aún con sus pálidas y huesudas manos sobre el volante. Sangre yacía sobre el parachoques y el capó del auto, y un poco sobre el rostro del conductor.
En un último y desesperado intento por pedir clemencia o una explicación, levantó una mutilada y ensangrentada mano hacia lo que él creía, podía ser no la abominable aparición que sus ojos veían, sino la figura de un hombre preocupado y aterrado ante lo que había sucedido. Aún con una agonizante fe, tenía la esperanza que el hombre tras el volante se bajara de éste, lo subiese al auto y le llevase a un hospital, o bien a algún sitio donde le pudiesen reparar los huesos rotos y sanar sus heridas y sus dolores. Pero allí y yaciendo sobre un creciente charco de sangre adornado con cristales y trozos de botellas de cerveza, las últimas y absurdas esperanzas del chico se vinieron a pique, cuando soltando una sonora carcajada demencial, el conductor pisó el acelerador a fondo, levantando una nueva capa de humo y una vez más, el chirriante sonido de los neumáticos castigados por la aceleración inundaron la noche.
Un último grito de pánico se escapó de la boca de Pipo mientras el conductor reía con más fuerza, radiante ante la desdicha del chico. Lo último que vio Pipo, fue la asquerosa boca abierta del conductor y su rostro de muerte inundado por la excitación y alegría; después, sólo oscuridad.
–¿Oyeron eso? –preguntó a los presentes una atemorizada Claudia, mirando con los ojos abiertos de manera exagerada hacia el ya imperceptible portón.
Hacía varios minutos y luego de varios tropiezos, pinchazos y arañazos por los espinos, habían llegado al frente de la mansión. Éste yacía cubierto por una capa de maleza, mientras los murallones, así como ventanales y paredes reposaban cubiertos de moho y enredaderas. Grandes surcos como heridas hechas a espada cubrían las paredes donde en algunos sitios faltaban grandes trozos de la misma; frente a ellos, la desvencijada y vieja puerta de roble parecía sonreírles, invitándoles a tomar una taza de café, o si gustaban, podrían visitar ellos mismos la cocina y la alacena, donde seguro encontrarían todo lo que quisieran, para servirse al gusto. En cuanto a la cantina de licores, ¡sin pena alguna!
–¿Que si lo oí? ¡Por supuesto que lo oí, estúpida! –gritó como respuesta Vanessa al oído de Claudia, que aterrada ante el grito que habían oído en las afueras de la mansión donde creían estaba la carretera, ahora cambió su expresión de pánico por una de enojo.
–¡Pero no es para que me grites al oído, perra!
–¡Basta ya! –Gritó a su vez Gustavo, interponiéndose en medio de ambas chicas–. ¿Un grito? Sí que lo fue; ¿de terror, pánico, miedo o dolor? Sí que lo fue también, pero no es para que ustedes dos se vengan a pelear y jalar de sus ensortijados cabellos. El grito bien pudo ser un último y desesperado intento de Pipo por llamar la atención, o bien para asustarnos, o bien para simplemente embarrarla, como siempre suele hacerlo.
–Eso sí que es una buena respuesta, Gustavo –soltó Vanessa, escupiendo el suelo e intentando abrir una de las últimas y casi hirvientes cervezas.
–Pero realmente sonó horrible eso, chicos. Ustedes también lo oyeron, de eso estoy segura.
–Bien lo oí, Claudia, pero como Gustavo, creo que fue un grito muy bien hecho para serte honesto, pero sólo un truco más de un timo –no obstante aquí y para contradecir sus palabras, un nuevo grito, hiriente, mortal y aterrador, atravesó la noche, congelando en el sitio a los cinco jóvenes, incluyendo a Vanessa que, aún con la cerveza sobre sus resecos labios, se quedó pálida y tiesa como la muerte, derramándose la bebida sobre sus redondeados pechos. Afuera, Pipo yacía en la oscuridad; más allá y dentro del cementerio, Pablo yacía picado en dos y Pamela corría aterrada con la muerte pisándole los talones.
–¿Y qué me dicen de eso, eh? –preguntó con voz temblorosa Claudia, mirando agitada de un lado a otro y jugueteando de manera inconsciente con sus propios labios.
–Eso sí que sonó horrible –comentó Xavier, mirando con rostro pálido hacia la densa oscuridad del camino por donde habían venido–. No sólo eso, si no que ahora también y como sucedió hace tan sólo un momento, también hubo rechinar de neumáticos.
–¡Como si hubiesen arrollado a Pipo! –Gritó histérica Claudia, esta vez zarandeando a Xavier–. ¡Puede estar mal herido! Tenemos que ir a…
–¡Basta! –Gritó Vanessa, sujetando a Claudia por los cabellos y obligándola a darse vuelta, para que así, sus oscuros ojos se clavaran sobre los negros de Claudia–. No iremos a ver qué demonios le sucedió a Pipo, porque si de algo estoy segura, es que eso no son más que puros trucos de un timo. Por otra parte, nosotros entraremos a esta absurda mansión, veremos qué diablos hay allí dentro, después, daremos media vuelta y nos iremos; ¿entendiste todo lo que te dije, Claudia? –Claramente enfurruñada, Claudia asintió con la cabeza, para después ir a situarse junto a Xavier, aún echando chispas por los ojos–. A mí esta vieja casucha no me causa el más mínimo temor…
–A mí, algo; la brisa aquí es muy fría, y siento como si me estuviesen observando –con el ceño fruncido, Vanessa contempló por algunos instantes a Carolina, la que no paraba de dar vistazos a izquierda y derecha, como si en realidad sintiese que alguien la estuviese viendo. Ignorándola, Vanessa continuó diciendo:
–La mansión por lo que veo es grande… Muy grande, si he de decir la verdad; por lo tanto creo que lo mejor será que nos dividamos en grupos.
–¡Loca! Como somos tantos deberíamos dividirnos en grupos de diez –aún con una mirada asesina, Claudia contempló a Vanessa tras decir esto–. Únicamente somos cinco, amiga mía, y si quieres dividirnos es porque realmente te está fallando las neuronas, o porque ya las cervezas llegaron y tocaron el timbre, allá en la cima de tu cabeza hueca…. Si es que aún la tienes.
Aventura en la Noche de Halloween
Sin saberlo, Claudia decía la verdad, ya que ahora la visión de Vanessa se tornaba algo brumosa mientras un extraño frío que no tenía nada que ver con el que la brisa le arrojaba encima a cada instante comenzaba a cubrir su piel, y por supuesto, un mareo empezaba a atormentarle, pero orgullosa, rebelde y peleona, tanto como sardónica y bien es decir, promiscua, Vanessa no aceptaría bajo ningún concepto una contradicción, menos aún, una verdad embadurnada en su rostro de manera violenta.
–Por mí, puedes irte al mismísimo infierno ahora mismo si es lo que deseas. Yo ya hablé, los que quieran oírme, ¡bien! ¡Y los que no también! Lo que sé es que buscaré la entrada al sótano, iré allí y si no encuentro un jodido espanto, mañana haré cosas muy desagradables con sus nalgas; por lo tanto digo, ¡chao! -y dando media vuelta, Vanessa comenzó a subir a fuertes pasos las deterioradas escaleras de mármol que daban hacia la puerta de roble.
–Siempre lo he dicho, está loca, pero lo mejor será seguirla y no dejarla sola. No sabemos qué cosa es capaz de hacer, menos aún, qué cosas hay allí dentro –los presentes mostraron su acuerdo ante las palabras de la regordeta Carolina que, echando humo como si de chimenea se tratase, comenzó a subir tras Gustavo las escaleras de mármol.
–¡Sartal de mulas! Siempre lo he dicho, no son más que un montón de idiotas –de manera despreciativa, Vanessa arrojó éste comentario contra sus compañeros, cuando estos se situaron junto a ella. sin prestarle atención, Gustavo acercó su mano hacia el pomo de la puerta, para luego girarlo y oír como los goznes comenzaban a chillar lentamente; el olor a moho y comida descompuesta les golpeó con fuerza en la nariz, haciendo que Carolina se diera media vuelta y vaciara el contenido de su estómago en el piso de mármol.
–¡Urg! Esto sí que huele espantoso.
–¡Ni que lo digas! –con los dedos apretando ambos orificios nasales, Gustavo se adentró unos cuantos pasos en la mansión, arrojando atemorizadas miradas de un lado a otro con rapidez casi alarmante.
–¿Crees que la luz funcione aún?
–¡Maldito estúpido! En la época donde se erigió esta mansión no había lo que hoy llamamos electricidad, ¡menos aún había bombillas! –Xavier arrojó una fulminante mirada contra Vanessa, la que adentrándose en la casa, comenzaba a dar ya algunos pasos tambaleantes.
–No es por nada, pero esto es realmente atemorizante –aunque firme, Gustavo habló sin mirar a ninguno en específico, sólo contemplaba las ennegrecidas paredes de la mansión, los muebles rotos y carcomidos por los años; las lámparas rotas y los viejos y desvencijados escalones.
–¿Ah, qué? ¿También estás llenando de suciedad tu ropa interior, eh, gusano?
Ignorando a Vanessa, Gustavo dio unos nuevos pasos tentativos hacia la inmensa antesala de la mansión; pasos que se vio obligado a retroceder dando gritos de pánico, ante lo que en un principio creyó, eran bebés mutilados que gateaban perezosamente por el mugriento suelo; pero riendo con estridencia, Vanessa pateó con fuerza uno de los repugnantes y perezosos bebés, mostrando así que estos tenían una piel cubierta de gruesos pelos grisáceos, un largo hocico adornado con bigotes y asomando por sus traseros, una larga cola.
–Gustavo, no sabía que tú, el que habla de mansiones embrujadas y muertos en ellas, le tenía pavor a tus hermanas, las regordetas ratas.
–Créeme que les tengo miedo cuando estas salen de sorpresa y más aún, cuando al verlas creí que eran unos horrorosos bebés –exceptuando a Vanessa, los tres chicos restantes comenzaron a mirar de un lado a otro, claramente aterrados. Por otra parte y sin prestarles atención, Vanessa dio algunos pasos tentativos, hasta que ella en compañía de sus amigos, tuvo que lanzar un desesperado grito de espanto cuando con un fuerte golpe ensordecedor, la puerta de la mansión se cerró, dejándoles en la peor de las tinieblas que jamás se habían imaginado.
–¡La puta madre! –exclamó Xavier cuando, frío y cortante, algo desgarró su brazo izquierdo.
–¿Todos están bien? –preguntó Gustavo con voz temblorosa y dando grandes zancadas al sitio donde esperaba, estuviese la puerta de la mansión.
–¡Sí! –respondieron los presentes, exceptuando a Xavier, el que aún presionaba con fuerza su brazo izquierdo.
–Creo que algo me cortó –dijo éste, con una voz temblorosa que asustó más aún a Claudia y a Carolina.
–Eso no es para nada bueno –comentó esta última con una voz si no igual, al menos bastante parecida a la de alguien que tiene la muerte encima.
–Bueno, eso lo veremos ya mismo, porque aquí… Bueno… Ya va, aquí está… Bueno… Estaba… ¡Ah! Aquí está –el brillo de la luna penetró una vez más la densa oscuridad de la antesala donde aún espantados de miedo, los cinco chicos permanecían en sus sitios, menos Gustavo, el que ahora miraba boquiabierto el largo y sangrante corte de Xavier–. No es por nada, pero eso no son unos buenos indicios, amigos míos.
Negruzco, como si hubiese sido hecho con una herramienta sucia y mugrienta, una larga línea atravesaba el brazo de Xavier, comenzando el corte desde su codo y terminando en su hombro. Echando miradas aterradas a su alrededor, éste intentaba ver cómo, o que cosa pudo haberle hecho dicha herida, mas sus ojos nada encontraron, cosa que le comenzó a aterrar considerablemente.
–Creo que deberíamos irnos de aquí –apuntó Claudia, mirando espantada la sangre que salía del brazo del chico–. Eso en realidad no es algo muy bonito que digamos y verdaderamente me da miedo.
–¡Ya! Un poco de esto y sanará de inmediato –sin compasión alguna Vanessa tomó el brazo de Xavier, el que ahora tenía los ojos enrojecidos, para arrojarle un abundante caño de cerveza, el cual le arrancó un grito de dolor y otro de espanto a Claudia.
–¡Puta de los cuatro vientos! –exclamó dolorido Xavier, dando un fuerte empujón a Vanessa, que fue a tener contra una mesa, que de inmediato se hizo trizas con un sonoro crujir de madera, repicar de metal y tintinear de copas, que apenas impactaron el suelo estallaron en una lluvia de cristales.
–¡Púdrete entonces! –gritó Vanessa indignada y furiosa hasta el punto que poco faltaba para que de sus orejas saliera humo. Dando media vuelta y pisando cristales y madera, se adentró a la mansión, subiendo las escaleras que parecían perderse a un mundo paralelo.
–¡Vanessa! ¡Vuelve aquí! No sabes qué puede haber por allá… ¡por Dios, vuelve! –pero ésta, haciendo caso omiso de los gritos de sus compañeros, siguió escaleras arriba, ignorando por completo cada palabra, cada súplica, y cada sombra que se agitaba a su alrededor.
–¡Mierda! ¡Maldita sea! –terminó por exclamar Gustavo, echando un último vistazo atrás, para después salir corriendo en pos de Vanessa.
–Gustavo, no deberías… –pero éste ya se encontraba demasiado lejos para cuando Xavier pudo hablar.
–¿Y ahora qué haremos? –preguntó tímidamente Claudia, mirando a Xavier y a todo cuanto le rodeaba, como si temiera que en cualquier instante todo se levantara y se le arrojara encima.
–Si he de decir la verdad, no tengo idea alguna de qué debamos hacer; aunque si les soy honesto, soy del parecer de seguir a Vanessa y a Gustavo, no para buscar muertos o trivialidades semejantes; en sí, es porque son nuestros amigos, quiéranlo o no, y no deberíamos por lo tanto dejarlos solos.
–Eso está muy bien, Xavier, pero en esta casa hay un cúmulo de cosas anómalas, y seguramente no son buenas; tan segura como que me llamo Claudia.
–Estoy de acuerdo contigo, pero en lo personal no pienso dejarlos solos; y si he de acotar algo, es que los sigamos de inmediato, antes que perdamos sus huellas.
–¿Y qué con tu brazo herido? –Preguntó preocupada Carolina, mirando la sangre que salía de éste, para luego fijar sus amarillos ojos sobre los grises de Xavier, los cuales notó, estaban tomando un extraño matiz verdoso–. “Y no es un verde hermoso, para nada, es un verde nauseabundo, como de algo que se descompone” –esta idea cruzó como el rayo su mente, antes que Xavier respondiera y cortara la vertiginosa cantidad de imágenes horrendas que pasaban por la mente de Carolina.
–Herido está, así como sangrante, pero no es motivo para detenernos aquí; mejor caminemos…. Ya no escucho los pasos de Vanessa y Gustavo –presurosos y en el caso de las chicas, temblando de nervios, los tres chicos comenzaron a subir las escaleras en pos de Vanessa y Gustavo, sin saber, que ya era demasiado tarde para intentar alcanzarles.
–Por amor a dios, Vanessa, ¡detente!
–¿Qué? ¿Acaso pretendes que me quede cerca de esos cerdos? Dije que iba ir al sótano, y exactamente eso es lo que pretendo hacer, ¡así que no molestes!
Al principio, Gustavo creyó posible que Vanessa se estuviese burlando de él, mas al ver la sinceridad de sus palabras, sin poder resistirlo, estalló en una sonora carcajada que lúgubre recorrió los desiertos y abandonados pasillos de la mansión. A los tres chicos que venían subiendo el último tramo de escaleras que daba al segundo piso, dicha risotada les hizo detenerse de inmediato, para luego estremecerse de nervios, ya que la risa les llegaba retorcida y grotesca, parecida a la burla de La Muerte. Siniestra, una figura se levantó del suelo cubierta por ropas deterioradas y comida por polillas.
–Querida, ¿sabes qué significa la palabra sótano? O para ponerla más fácil, ¿sabes cómo y dónde queda un sótano? –con el leve destello de luna que entraba por una vieja ventana rota, Vanessa pudo contemplar el risueño rostro de Gustavo, tratando de encontrar algún síntoma de risa o burla, mas al no encontrar nada de esto, decidió preguntar, no sin un atisbo de irritación en su voz.
–¿Y qué quieres decir con eso?
–Casi nada, sólo que o estás demasiado borracha o demasiado histérica como para darte cuenta que en lugar de descender, sólo has ascendido, encontrándote así en un desierto pasillo del tercer piso –aterrada fue la mirada que lanzó Vanessa a cuanto le rodeaba, porque si de algo se encontraba segura, es que iba derechita al sótano; pero bien, se había equivocado en su camino, llegando así a perderse porque no tenía la más mínima idea de dónde se encontraba.
–¡Es lo de menos! Sótano o tercer piso, ¡no me importa! Ahora lo que quiero ver es un sarnoso espanto, si es que los hay aquí.
–Creo que deberías medir un poco más tus palabras, Vanessa. No sabemos qué hay o qué cosa nos pueda salir aquí –chillona, estridente y con indicios de borrachera en aumento, Vanessa rió con fuerza, risa que a su vez se dividió en otras mil y fueron devueltas por los distintos ecos; pero allí, donde sólo debería haber una risa que aunque dividida en mil, sólo debían pertenecer a Vanessa, mas ahora, acompañando, o bien respondiéndole, había una segunda más atemorizante, más fría y más mortal, en fin, la risa de un muerto.
–¿Qué fue eso? –preguntó aterrada Carolina, deteniéndose en el rellano del segundo piso.
–No tengo ni idea, pero lo que haya reído así, no es para nada amigable –la herida de su brazo había dejado de sangrar, no obstante, Xavier sentía aún un fuerte escozor y un extraño picor en el cuerpo, como si una legión de hormigas trabajadoras estuviesen cavando túneles bajo su piel.
–¿Creen que estén en éste piso? –preguntó Claudia, echando vistazos a izquierda y derecha, como si en cualquier momento pudiese aparecer Gustavo en compañía de la desquiciada Vanessa. Gritando sus nombres con la esperanza de que estos le respondieran, Carolina parecía un poco loca, cosa que creían sus compañeros dada la mirada de incomprensión que le lanzaban; mas para su sorpresa, Vanessa le respondió con voz ahogada por la distancia, varios metros delante de ellos, hacia las profundidades del segundo piso.
–¡Por aquí! Hay cosas interesantes, cuerda de cerdos, vengan acá, ¡antes de que yo misma vaya a buscarlos!
–¿Ah? ¿Qué coño dice?
–No creo que tus oídos estén tan asustados como tú para no haber entendido lo que Vanessa dijo. En lo personal, y si así lo entiendes, Carolina, creo que quiere que vayamos en esta dirección. –señalando un viejo y mugriento pasillo, Xavier comenzó a avanzar por éste, haciendo caso omiso a las mil señas disparatadas que hacían Claudia y Carolina, casi de manera lunática.
–Vamos, Gustavo, no creo que estés insinuando que esa risotada te ha asustado, ¿o sí?
–¡No! En realidad sólo me pregunto… –pero cortando sus palabras y acompañándolas a su vez, una risa estridente les llegó con remarcada fuerza a los oídos, obligándoles a colocar sus manos sobre estos para intentar remitir el sonido aterrador a cualquier otro sitio que no fuesen sus tímpanos. Mas apenas cesó dicha risotada, un murmullo de pasos se hizo presente, acometiendo contra Vanessa un ataque de histeria, del que Gustavo no pudo menos de sentirse aterrorizado.
Mechones de cabello rodaban por el suelo, como si fuesen bolas de paja girando por el desierto; algunos rasguños en mejillas y brazos comenzaron a sangrar, para luego de un instante en que Vanessa se quedó petrificada, acompañando así a Gustavo en su estupor, esta arremetió con un ataque de histeria, mas en esta ocasión, comenzó a gritar lo que para Gustavo entendía, eran un montón de estupideces vociferadas a todo pulmón por la loca del pueblo.
–¡Padre, no! ¡Juro que yo no fui quien comió sus sesos, fuiste tú! Gustavo, ayúdame por favor, me están enloqueciendo, ¡quieren acabar conmigo! –atónito y como saliendo de un sueño de poco agrado, Gustavo se dio a sí mismo una sonora bofetada, para luego sujetar a Vanessa e intentar arrastrarla hacia donde creía, estaban las escaleras. Dado ya media docena de pasos, una figura embozada en una ropa antigua y deteriorada hasta más no poder, se hizo presente frente a Gustavo, sonriéndole abiertamente y apuntándole con lo que parecía ser una vara de atizar fuego.
–¿A qué sitio van, mis pequeños y encantadores amiguitos? Tengo buena comida en la alacena y una entrada exclusiva para la fiesta de la noche. ¿Gustarían asistir? –Gorgojeante, como si tuviese los pulmones rebosantes de mucosidad, la figura repugnante estalló en una asquerosa y nauseabunda risotada.
Sus desinflados ojos miraban al estupefacto Gustavo, que aún sosteniendo a una aterrada y desencajada Vanessa, simplemente no podía dar crédito alguno a lo que sus ojos veían.
Aventura en la Noche de Halloween
Verdosa y amarillenta, una baba asquerosa rezumaba a través de los negros dientes de la figura, que Gustavo presumía, era la de un anciano; una sustancia similar asomaba por su nariz mientras un gorgoteo repulsivo sonaba con paranoia cada vez que el anciano intentaba respirar.
–Me gustaría que jugáramos un rato, chicos, un juego divertidísimo; se llama: “cacería en la mansión Brecht”, ¿y a que no adivinan? Ustedes serán nuestras jugosas presas –negra, reseca y con pústulas que hacen encoger el estómago, la lengua del anciano relamió de puro gusto los quebrados y resecos labios de su anciano y enloquecido amo.
–¡Oh, no! –fue lo único que pudo exclamar, aún paralizado en su sitio Gustavo, con una casi desfallecida Vanessa en brazos, cuando riendo con manía, el anciano se arrojó sobre él, con la vara de atizar en lo alto para luego descender con un silbido y teniendo por término ir a estrellarse contra su brazo, partiendo así su hueso.
El grito de dolor atravesó de punta a punta la mansión, estremeciéndola al parecer de regocijo. Corriendo y aún llevando en guindas a una pálida Vanessa, Gustavo con un brazo bamboleante, emprendió la carrera sin saber qué puertas cruzaba, qué pasillos recorría y qué objetos derribaba. El anciano, aún gritando y riendo, iba tras él con la maldita vara agitándose por encima de su cabeza de modo frenético. Lo único que atravesaba por la mente de Gustavo de manera casi delirante e incoherente, era el simple hecho, que no conocía el nombre de su perseguidor.
–¡Tienes que perderlo, Gustavo! –Gritó al cabo de un rato Vanessa, tras darse un sonoro golpe en la cabeza contra el marco de una puerta–. Por Dios Santo, ¡tienes que perderlo! ¡Nos quiere matar!
–¿Lo dices en serio? Sólo creí, como él nos dijo cuando se presentó, pero no dijo su nombre, que iba a jugar un pequeño juego con nosotros, y que éste, llevaba por nombre la cacería. Sólo que ahora el juego no es ni divertido, menos aún, causal de risa alguna, y lo que menos aún me gusta, es que el jabalí a ganar es tu irreflexiva mente y mi estúpida cabeza.
–¡Pero está loco, Gustavo!
–¡Lo sé! –Gritó éste perdiendo la calma y la voz culta que intentaba usar, arrojando una sonora bofetada contra el aterrado rostro de Vanessa. El ardor en su palma, así como el sonido y una vez más, el sorprendido rostro de Vanessa, pareció quitar un enorme peso de sus hombros, cosa que le permitió pensar con mayor claridad, aunque al instante se dio cuenta que hubiese sido mejor quedarse en el estado en el que se encontraba tan sólo segundos antes.
Otrora majestuosa y única en su estilo, la mansión poseía tres grandes pisos, que dado el exquisito gusto de su dueño, había poseído por cada uno de estos un detalle arrogante. Ahora, dos siglos después, Gustavo se encontraba en el tercer piso, en una plazuela de un enorme jardín que encontrándose en medio de dicho piso y con una vista panorámica del cielo, dado que carecía de techo, ahora, cubierto de mala hierba y plantas muertas y resecas, al punto de volverse polvo al mínimo roce, el jardín hoy día no era más que el ensueño desquiciado y enloquecido de un amo muerto, que hacía mucho había decidido quitarse la vida y que ahora vagando por pasillos y demás, traía consigo los cuerpos descompuestos y mutilados de los que en vida, había asesinado a sangre fría.
–Esto es lo que antiguamente pudo haber sido un majestuoso y solemne jardín, pero hoy día, no es otra cosa que un completo retorcijo de inmundicia y mala hierba.
–¿Y acaso eso me importa? ¡Lo que me importa saber, es cómo diablos saldremos de aquí! –de poco servía su voz culta y sus diálogos estilizados de lector de poesía, por lo que echándola a un lado respondió.
–Me agrada oír eso, Vanessa, pero si mal no recuerdo, ¿acaso tu no eras la que no creía en nada de esto, y que no conforme, quería ver espantos y aparecidos? A decir verdad, no puedes siquiera quejarte, porque bien vistes algo mucho mejor que fantasmas y aparecidos; viste un maldito muerto viviente mal perfumado, y peor que eso, con ganas de jugar a la cacería.
–¡Lo sé! Fui una calamidad completa al sugerir venir a sitio semejante, pero no sabía que… –interrumpiendo sus palabras, una alta figura, que de inmediato Gustavo reconoció como el anciano loco que jugaba a la cacería (quien no dijo su nombre) hizo una majestuosa entrada, saltando a través de un enredijo de maleza y espinos, que ensartándose en su piel, rostro y ropa, produjo profundos cortes que de inmediato soltaron un olor repulsivo, que hizo vaciar el contenido del estómago de Vanessa, mientras era arrastrada por Gustavo, el que no prestó el mínimo cuidado a esto.
–¡Vuelvan, mis queridos amiguitos! ¡La cena aún no comienza!
El tiempo exacto que duró, Gustavo no lo sabía con certeza, sólo sabía que ahora sin aliento y con un profundo dolor en su pecho, costado y cabeza, yacía apoyado contra la puerta de lo que él suponía, era una habitación, o bien una especie de sala de estar. Durante su carrera, aún siendo perseguidos por los gritos enloquecidos del horrible anciano, había chocado en dos ocasiones contra puertas entre abiertas, gracias a ello, ahora tenía dos heridas sangrantes en la frente. En varias ocasiones había patinado sobre cristales rotos, cayendo por el suelo en varias ocasiones, y produciéndose heridas en la palma de su mano firme, ya que la otra yacía inútil, dado que su brazo estaba quebrado; y por descontado, también se había hecho algunos cortes en su trasero. Por otra parte, Vanessa había dado tantos golpes durante su carrera, que ahora con el rostro hinchado y amoratado, la nariz sangrando, así como su frente y labios; con una mano lesionada y una oreja casi arrancada por completo cuando el anciano casi les dio alcance en una de las caídas de Gustavo, más parecía haber salido de un accidente horripilante de tránsito, “o bien haber entrado en la mansión embrujada”, pensó con paranoia Gustavo, sujetando con gran fuerza su brazo fracturado, el que ahora comenzaba a despertar de un estupor, clavando profundos dientes en su carne y produciéndole un terrible dolor.
–¿Crees posible que podamos salir de éste infierno? –preguntó Vanessa, royendo como ratón sus uñas que sin darse cuenta, ya comenzaban a sangrar.
–Si he de ser sincero, es posible que tengamos que saltar por alguna ventana, y para ser más directo, por esa que está a tus… –sus palabras se interrumpieron, terminando estas en un chillido de dolor. Impresionada, Vanessa vio como del pecho de Gustavo sobre salía la punta de una vara, y por la risa que sonaba de manera gorgojeante, fácil fue adivinar qué había sucedido.
Preso del pánico y del cansancio, Gustavo, al cerrar la puerta perdió el sentido de la precaución y sin darse cuenta, se quedó allí, con la espalda apoyada sobre la antigua y roída puerta de madera, que sin dificultad alguna, la vara de atizar del viejo y podrido anciano atravesó, clavándose a su paso en la espalda, y asomando por último en el pecho de Gustavo.
Un hilillo de sangre asomó por los labios de Gustavo, mientras un segundo y más abundante hilillo de sangre comenzó a salir por su nariz. Interminables balbuceos emitía Gustavo en las agonías de la muerte, mientras, petrificada, Vanessa le miraba con la boca abierta, arrojando montones de baba sobre su pecho.
–Por Dios –se pudo distinguir entre el mudo diálogo que mantenía Vanessa con nadie en particular, hasta que con una risa estridente, el anciano tras la puerta retiró con brusquedad la vara, para luego acotar:
–¡Al fin! Pronto comenzará el banquete, y la comida ya comienza a hervir en los calderos. Un rico y delicioso intruso será el aperitivo principal, amigos míos; ¡quedará exquisito! –terminando su enloquecido discurso y luego de que Gustavo avanzara un tambaleante paso, con un sonoro estallido la puerta saltó hecha añicos por los aires, mandando de igual manera a Gustavo, el que arrojando un grito de dolor, cayó boca abajo a los pies de Vanessa. Llorando y aruñando con violencia su rostro, esta última vio entrar al viejo putrefacto a la habitación, relamiéndose de puro gusto los labios y mirándole con sus vacíos ojos.
–Y para culminar la cena, de postre tendremos una rica presumida, que es dulce al paladar y amarga para el estómago –dando media vuelta y olvidándose por completo de su agonizante amigo, Vanessa emprendió una huida desesperada que fue perseguida por los gritos de dolor de Gustavo, y por un segundo sonido seco y crujiente, que al darse vuelta, Vanessa confirmó lo que creía; esto, es que el viejo desquiciado, presa de una efervescencia brutal, golpeaba con su vara de atizar una y otra vez al ya irreconocible rostro de Gustavo, saltando sangre y trozos de hueso cada vez que la vara colisionaba contra él… esto era suficiente para ella.
A ciegas, presa del pánico ante lo que había visto, que era mucho peor que la misma imagen del anciano desquiciado, Vanessa corrió a tientas por la enorme mansión, sin fijarse por cuáles pasillos huía, qué habitaciones atravesaba y menos aún, a qué sitio se dirigía; para cuando se percató de esto, ya era demasiado tarde.
Las murallas a cada lado de ellas se mostraban acabadas y destruidas por la erosión; gran parte del techo había sucumbido ante el peso de los años y por su madera en que antaño fue hecho, y que no era de calidad alguna, termitas y humedad por igual lo habían deteriorado, teniendo como destino caer destruido al suelo. Grandes trozos de roca y lámparas destruidas yacían por doquier, mientras el suelo bajo sus pies crujía y se quejaba a cada paso que plantaba en su superficie. Esta, era el ala más alejada de la mansión, construida otrora con la finalidad de ser una sección para esclavos; ahora, maloliente y adornada por una densa capa de polvo, telarañas y moho, la habitación que con algo más que valentía había soportado en pie todos estos años, al recibir el nuevo peso de Vanessa, chilló con fuerza mientras la madera del suelo con un sonoro tronar de metal, vigas y rocas por igual sucumbió, arrojando a Vanessa a un negro abismo.
Indescriptible era el olor que atropelló con fiereza la nariz de Vanessa cuando al cabo de veinte minutos logró despertar de su estado de inconsciencia. A su alrededor, todo era oscuridad, hasta que para su propia desdicha, con un hormigueo salvaje, su cuerpo comenzó a despertar, con ello, los dolores, los terribles dolores. Llanto desahuciado inundó la celda donde yacía Vanessa, dándole un aspecto triste y sin esperanza; la sangre salía a menos por veinte heridas, que la menos profunda debía tener unos tres centímetros piel adentro. Los huesos de sus piernas asomaban reluctantes por su morena piel, mientras como si tuviesen vida propia, a cada suspiro que tomaba, a menos ocho costillas se movían en seis puntos diferentes.
Gritos de dolor, súplica y auxilio salían de su garganta, estrellándose en las paredes y recorriendo con sonoros ecos toda la mansión; un lamento que le erizó los cabellos hizo que su llanto y lamentos por igual, cesaran por un instante. Al principio, Vanessa creyó posible que estuviese alucinando, ya que al no haber muerto con semejante caída, no era menos de esperar que su cabeza ahora creyera oír y por descontado ver cosas imposibles de creer; sin embargo podía recordar el putrefacto anciano con sus negros dientes y fétido olor, con la vara en alto y golpeando sin cesar a Gustavo. La imagen desapareció de su mente y una vez más volvió al sitio donde yacía tendida, curvada su espalda, ya que bajo esta había una enorme viga de madera; mas ahora, dicho llanto, como el de un niño desolado y abandonado a la intemperie, le hizo estremecer de pies a cabeza, obligándole a voltear de un lado a otro, a pesar del intenso dolor que le laceraba el cuerpo y le arrancaba lágrimas de sus hinchados ojos.
En el rincón más alejado de la celda, acurrucado y con los brazos sobre la cabeza, un niño de no más de ocho años lloraba de manera inconsolable. En un principio, Vanessa creyó que sólo se trataba de un sólo chico, mas al aclararse la enturbiada vista bañada en sangre, con un sobresalto que hizo crujir los huesos de sus costillas, arrancándole un nuevo grito de dolor, notó que junto al chico habían dos enormes bestias de color oscuro, con trozos faltante de piel, de donde rezumaba un líquido putrefacto, que traía consigo diminutos gusanos rojizos.
Vacíos estaban sus ojos, esqueléticos sus rostros; negruzcas sus lenguas y babeantes sus hocicos; estridente y ensordecedor, un grito de miseria y pánico entremezclado inundó la celda donde destrozada, Vanessa era incapaz de correr, ni siquiera de poder defenderse. El niño en el oscuro rincón se dio vuelta, revelando así una boca desdentada y carente de labios algunos; un ojo pendía inerte en su mejilla, bamboleándose como un grotesco péndulo; el ojo restante, vidrioso y carente de vida alguna, miraba con malignidad a la herida Vanessa, como deleitándose en su sufrimiento
–¡Por favor! No me hagas más daño… te… por favor…
Aún llorando y con una sonrisa en los labios el niño se agachó para acariciar a los descompuestos perros.
Nuevos ruegos y una mano suplicante extendida hacia el chico, fue el último aliento y la última palabra que pudo pronunciar Vanessa, antes de que con un sonoro golpe en los flancos de los canes, el niño, riendo estridentemente, arrojó sobre Vanessa ambas bestias, que sin perder tiempo alguno, disfrutando cada grito, cada súplica y cada lágrima, devoraron a Vanessa aún con su corazón latiendo.
–No es por nada, chicos, pero hemos avanzado quizás veinte metros…
–Yo diría treinta.
–Bien Claudia, pero no me interrumpas; como iba diciendo: avanzado de veinte a treinta metros y no hemos encontrado indicios de Vanessa o Gustavo, lo que sin dudar un instante, me dice que nos quieren echar una sucia y negra jugarreta, para estallar en sonoras carcajadas cuando gritemos de miedo, lloremos pidiendo perdón y cuando nuestra ropa íntima esté muy llena de mierda.
–Eso es muy posible, pero siempre hay algo que no termina de gustar en esta mansión –ahora, la voz de Xavier sonaba viscosa a los aterrados oídos de Carolina, la que le echó un rápido vistazo, aprovechando la luz de la luna que, como fiera invasora, penetraba por cada quicio, cada cristal roto y cada agujero en el techo. Dando un respingo tras tomar la frívola mano de Xavier, Carolina, con voz temblorosa, preguntó:
–¿Te encuentras bien?
–Oh, sí, de hecho me encuentro bastante bien –después, como si sólo le causara curiosidad, Xavier inquirió–, ¿por qué la pregunta?
–Porque tu piel está fría como si fuese de hielo y siento un extraño hormigueo bajo esta… ¿en realidad te encuentras bien?
Con un tono de impaciencia y mal humor, Xavier respondió mirando directamente a la regordeta Carolina con sus ahora verdosos ojos.
–Si estuviese mal, créeme que ya hubiese soltado alguna exclamación, algún grito, o en su defecto, algo… –interrumpida se vieron sus palabras cuando de algún sitio lejano y remoto, que ninguno de los tres podía identificar, reverberando a través de las paredes y el silencio, llegó el primer grito aterrado de Gustavo y Vanessa, ya que frente a ellos, había hecho acto de presencia el putrefacto anciano.
–¡Oh, diablos!, eso sí que no suena agradable a mis oídos –comentó de manera ausente Claudia, al tiempo que a su alrededor, puertas y ventanas por igual comenzaban abrirse con sonora brusquedad.
Un joven embozado en una vieja, ridícula y oxidada armadura apareció frente a ellos con un rechinar que arrancaba lágrimas de los ojos. a su lado derecho, lo que parecía ser el mayordomo más putrefacto que ninguno pudo imaginar, hizo acto de presencia envuelto en un estropajo de traje de gala, aún sosteniendo en el brazo un viejo trapo, que más parecía la piel arrancada a una momia.
–¿Quieren pasar al comedor? –preguntó con malignidad el mayordomo, arrojándose contra ellos con sus podridas manos extendidas al frente.
Chillando de terror, Carolina emprendió una carrera que terminó pocos metros adelante, cuando sin ver por dónde iba ni qué había en su camino, se chocó de bruces contra una puerta que de inmediato saltó de sus goznes.
Un diente se saltó de su boca y su labio se abrió en dos; a sus espaldas, Xavier emprendía una huida por una habitación paralela, mientras aterrada, Carolina vio como Claudia era despedazada con una herrumbrosa espada, que sin cesar, el joven embutido en la armadura descargaba sin piedad contra ella.
–Claudia… Amiga… por… por Dios Santo… –pero su inservible letanía no podía salvar a Claudia de su brusca muerte.
Una mano raquítica, seca y mal oliente acarició su mejilla y soltando un grito de pánico, se volteó a tiempo para ver a una joven, otrora hermosa y que ahora, sólo era un poco menos que una reseca momia envuelta en un deslustrado y amarillento vestido, del que aún pendían diamantes y perlas.
–Te he estado esperando, amiga, ¿vienes a ayudarme? –la voz que dijo esto era suplicante, casi al borde de las lágrimas. Las resecas manos rozaron ambas mejillas de Carolina, la que permanecía temblando de pies a cabeza, incapaz de poder hablar, incapaz de poder moverse. El grito de dolor procedente a sus espaldas le hizo dar un respingo.
–¡Xavier!
Gritó a nadie en particular, hasta que chillando de furia, la joven con el vestido se arrojó sobre ella, pegando su reseco rostro contra el sudoroso de Carolina, fijando su viciada boca contra sus labios y arrancando estos de un fuerte tirón.
La sangre corrió por su barbilla mientras lágrimas de angustia surcaban sus mejillas; sin pensarlo, arrojó un fuerte puñetazo contra la calavera forrada en piel que era el rostro de la joven, derribando así a este detestable, inmundo y maloliente cadáver que ahora, con gusto, masticaba sus labios.
Los alaridos de furor le seguían mientras con una fuerte respiración, Carolina corría desesperada por pasillos cubiertos de ratas muertas, suciedad y en algunas partes, algunas sustancias pegajosas que tenían un cierto parecido con la sangre. Muchos gritos de terror y dolor habían estallado en toda la casa, rebotando por doquier con siniestro espanto, pero aún así, Carolina siguió corriendo, oyendo tras de sí un taconeo particular, que sólo podía emitir los zapatos altos de una joven. Con espanto estuvo segura que la joven que venía en su persecución, era la que emitía ese taconeo en particular.
–¡Inmunda y grotesca compañera! ¿Por qué permitiste que me mataran? ¡Ven y responde, cobarde! –dicho en alaridos estridentes que erizaba la piel, estas palabras, como su perseguidora, le seguían en cada esquina que doblaba, en cada jadeo que emitía, incluso, en cada grito que estallaba en la mansión.
Con un alivio del que no se creyó capaz de sentir jamás, Carolina contempló frente a ella y al final de un gran pasillo las escaleras que descendían al primer piso, y que si seguía por ellas, llegaría a la ante sala de la mansión, así a la puerta principal, y si apresuraba el paso, podría llegar en algunos minutos a la entrada del pueblo, después de haber atravesado el corroído portón de la mansión.
Dando algunos pasos que luego se convertirían en una vertiginosa carrera, Carolina cayó al suelo cuando algo golpeó su cabeza y su frente, segándole momentáneamente, dado que un espeso y ardiente montón de sangre corrió a través de sus ojos. Un nuevo corte atravesó su espalda arrancándole un grito de dolor; manteniéndose en la medida de lo posible cuerda y con un atisbo de cordura, Carolina giró sobre sí varias veces, evitando por poco recibir una nueva herida en la espalda; poniéndose de pie con velocidad sorprendente, dada su gordura, y quitándose de manera descuidada la sangre del rostro, Carolina emitió un nuevo grito de terror, que poco faltó para desgarrar su garganta.
Frente a ella, yacía el mismo conductor que en las afueras de la mansión había arrollado a Pipo. Ahora, cubierto de sangre el rostro y manteniendo su misma apariencia enloquecida, el conductor sostenía en mano un gran trozo de cristal, con el que le había hecho las heridas en el rostro y espalda.
Sin pensarlo, siquiera sin percatarse de esto, sujetó un pesado objeto que estaba a la altura de su mano derecha; con una risotada, el conductor se arrojó sobre ella, con el cristal frente a sí y esa expresión enloquecida en el rostro; esquivándolo por poco se arrojó hacia un lado y dándose media vuelta, arrojó la maciza figura de piedra pura contra aquel asqueroso ser.
El crujido del cráneo al romperse fue escalofriante, mas lo que hizo que Carolina chillara de asco y una vez más vaciara su estómago, fue en primera instancia el repulsivo olor que expidió el cráneo al romperse, luego, la enorme cantidad de parásitos y gusanos que salieron retorciéndose de esta. Gruñendo de dolor, la horrible cosa cayó inerte en el suelo, donde comenzó a revolcarse con ahínco, batiendo la mugre del piso.
Sin importarle qué pudiese ser del asqueroso sujeto, Carolina corrió por el pasillo, luego, escaleras abajo hasta llegar al rellano del primer piso. Algunos gritos ahogados por la distancia llegaron hasta ella, pero no había nada que hacer; si se devolvía, corría con la suerte de caer en manos de cualquier habitante siniestro y pútrido de la mansión, y para sus amigos e incluso para ella, todo estaba perdido si se estaba en dicha mansión.
-“Al menos yo estoy cerca de la puerta de salida… no hay nada que hacer”.
Sacudiendo la cabeza, bajó con rapidez las escaleras, sollozando al hacerlo y derramando grandes lagrimones que iban a caer en el mugroso suelo a sus pies; mas al llegar al rellano de la ante sala, un grito que la heló en el sitio y le obligó a darse vuelta, le dejó sin respiro, mareándola levemente.
Para su horror, Xavier venía bajando con paso tambaleante el tramo de escaleras que daba a la antesala, donde aún espantada, Carolina permanecía en pie. Sin un brazo y rezumando una repugnante sangre amarillenta, con paso tambaleante y la piel de un color amarillo verdosa, parecía ser un habitante más de la horripilante mansión.
–¿Xavier, eres tú realmente? –preguntó con una voz que no parecía suya, llevándose espantada las manos a sus inexistentes labios. Aterrándole, Xavier le miró con sus verdosos ojos, que duda alguna no cabía de que estos parecían muertos y descompuestos, más aún cuando estos tenían un temblor permanente, como si los nervios de sus cuencas estuviesen alterados. Cosa posible, ya que con semejante situación, no es para menos.
Apenas Xavier había bajado un par de peldaños, cuando chillando de pura ira la joven con su amarillento y destrozado vestido apareció tras él, empujándole escaleras abajo y riendo de manera estentórea.
Asqueada y gritando hasta que su cabeza a poco estuvo de estallar como la de Xavier, Carolina vio como éste, al estrellarse contra los escalones reventaba como si fuese un globo lleno con agua, esparciendo por los escalones una asquerosa e indescriptible cantidad y variedad de gusanos. Ahora entendía a pesar de su estado de shock lo que a éste le había sucedido. En sí, Xavier se había descompuesto aún estando con vida, ya que la herida en su brazo algo debió transmitirle, dejándole tan funesto destino y tan asquerosa muerte; mas para ella no había tiempo de lamentarse, por lo tanto, y dando media vuelta se arrojó hacia la puerta, la que aún y por gracia de Dios, permanecía entreabierta.
Dejando a la histérica chica que aún la llamaba y le acusaba de haberla dejado morir, Carolina se abalanzó por el camino de entrada donde asombrada, vio en las lejanías el siniestro portón, aún abierto; dándose media vuelta para estar segura de que no era perseguida, una galaxia de estrellas estalló en su campo visual, mientras el mundo a su alrededor parecía desvanecerse en una marea gris. Con algo más que valentía pudo mantenerse consciente, sintiendo la sangre salir a borbotones por sus destruidas fosas nasales.
Tras aclararse la cabeza y darse varias palmaditas suaves en las mejillas, logró ponerse en pie, para arrojar en primer lugar una incrédula mirada a la gran roca que se había estrellado contra su rostro; después, levantó la mirada y la clavó sobre la joven que aún gritaba histérica pero a una considerable distancia, ya que al parecer, y para alivio propio, no podía pasar el umbral de la puerta de roble, desde donde sólo podía gritarle y agitar los puños sobre su reseco cabello.
Ignorándola e incapaz de creer la fortuna que la vida le deparó, Carolina trotó hacia el portón, llorando profusamente e intentando de alguna manera frenar el flujo de sangre que salía por su destrozada nariz. A mitad de camino, escuchó como alguna parte de la mansión se derrumbaba con estrépito, y levemente asombrada, escuchó un grito de terror y miseria, que sin duda alguna, era de Vanessa, pero restándole importancia, decidió proseguir su camino.
Llegada al portón, y cerrándolo con fuerza, sintió un sobresalto al ver aferrada a los barrotes de éste, a la horrenda y detestable joven con su amarillento vestido. Largos lagrimones negruzcos surcaban sus resecas y amarillentas mejillas, mientras entre dientes decía una jerigonza que no despertó el interés de Carolina.
Dejándola atrás emprendió el camino de regreso hacia su hogar, hasta que con un sobresalto de alegría, vio varios metros por delante de ella a Pipo, el cual la miraba con grandes ojos espantados.
–¡Pipo! ¡Dios santo, Pipo! –corriendo y resbalando levemente en un charco de aceite que casi le hizo caer, llegando al fin hasta Pipo y abrazándole con fuerza, Carolina hundió su ensangrentado rostro en el pecho de Pipo que angustiado, le abrazó y acarició con ternura el cabello, mientras preguntaba.
–¿Qué sucedió? Oí gritos desde aquí y muchos lamentos, ¿por qué estás ensangrentada? ¿Qué le sucedió a tu pecho?
–Fue horrible, Pipo –dijo llorando–. Allí adentro hay seres espantosos, rezumantes de gusanos y malolientes hasta más no poder.
–Entiendo, pero trata de calmarte. Ahora dime, ¿los demás chicos dónde están?
–¡Muertos! ¡Todos están muertos! ¡Xavier murió de una manera horrible! –Carolina lloró con renovada fuerza, aferrándose con ímpetu a su alivio, a su salvación, en fin, al chico que había humillado, pero que ignorando estas trivialidades, aún la esperó para ayudarla–. “Eres un verdadero amigo” –se dijo entre lágrimas, besando, a pesar de no tener labios, el pecho de su amigo.
–¿Y qué le sucedió a tu pecho? ¡Oh, cielos, mira el árbol! –aterrada sonó la voz de Pipo al decir esto, y más aterrada aún, Carolina volteó a ver el así llamado “Árbol del Ahorcado”.
–Y que no lleva ese nombre sin motivo –murmuró entre dientes.
En él yacía un esqueleto envuelto en lo que alguna vez pudo haber sido un uniforme militar. Bamboleándose de manera siniestra por la brisa, el esqueleto sujeto al cuello por una soga, parecía sonreírle y desearle a su vez un lindo viaje de regreso a su inmundo pueblo. Una sensación líquida recorrió el vientre de Carolina que, sin fijarse en éste detalle en particular, decidió en cambio prestar atención al charco de aceite donde había resbalado.
Cristales pulverizados y restos de botellas de cerveza yacían a su alrededor, marcas de neumáticos recorrían el asfalto en varias direcciones; restos de piel (o a menos eso parecía) yacían dispersos en varias direcciones mientras un zapato deportivo que muy bien conocía como para aterrarse al verlo, estaba varios metros más allá, al borde del camino.
–¿Qué sucede, Carolina? Te noto angustiada y aterrada –con voz llena de pavor y una creciente histeria, ella le respondió:
–Pipo… D… Dios, ¡aquí arrollaron a alguien!
–Vaya que sí. Arrollaron a un joven y créeme que no fue bonito –estremecida, Carolina bajó la mirada hacia su pecho izquierdo, el que ahora veía dividido en dos y sangrando profusamente. Dándose vuelta con lentitud para encarar a Pipo, Carolina sintió como un tibio líquido resbalaba por sus piernas, mientras una sensación menos agradable cosquilleaba en su trasero.
Frente a ella estaba de pie Pipo, con un largo y ensangrentado, así como filoso trozo de vidrio en la destrozada mano derecha. Su rostro descarnado le miraba desde unos ojos abiertos enormemente, dado que carecían de párpado alguno; su boca, retorcida en una grotesca y asquerosa mueca le sonreía, mostrando su desencajada mandíbula y algunos agujeros en sus encías, donde faltaba una variedad de dientes. Su cuerpo se veía con bultos sobresaliendo aquí y allá, sin duda alguna, eran sus destrozados huesos.
Tentativos, Carolina dio varios pasos atrás, mirando sin ver, oyendo sin oír y hablando sin hablar, hasta que por último, y haciendo una grotesca mueca, si es que esto era posible dado el estado en que se veía su rostro, Pipo levantó el filoso trozo de vidrio hasta situarlo a la altura de los ojos de Carolina, para después agregar con voz ahogada por la sangre y músculos destrozados.
–¿Sorprendida, eh? Dije que te esperaría, y eso hice; dije que si moría igualmente te esperaría para hacerte compañía en tu propia muerte, y bien, eso hice; por lo tanto digo, buenas noches, Caro, te veo más tarde; y una vez más, ¡feliz noche de Halloween!
Expresar mis más sinceros agradecimientos, Ulutuya. Espero que mi relato realmente acompañe a los lectores en sus más profundas pesadillas.
Saludos infernales, y que disfrutéis de la lectura, pues es un buen comienzo para los que esperan la noche de Halloween.
Tu relato perdurará en El Castillo del Terror por siempre, gracias por colaborar con esta morada del mal.